Al Presidente del Celta


Foto: J.J. Baraja
Querido presidente:

Hace dos semanas le vi emocionado con el ascenso del Celta. Pese a no conocerle, me alegré de corazón por usted; por el gallego de la diáspora, trabajador y lacerado por la vida, que regresó a su tierra anhelando presidir el equipo de su infancia y sólo encontró sus despojos.

Después de un lustro tortuoso, de poner capital en la caja esquilmada por otros, ha logrado que la ilusión renazca en una ciudad abatida y miles de vigueses se vuelvan hacia el Celta con la esperanza de encontrar en las gradas del viejo Balaídos un bálsamo semanal para su desencanto.

Tiene la ciudad rendida a un sueño como el que debió de despertarle con los ojos arrasados tantas noches en México, más parecido al campo abarrotado de las últimas jornadas que a las gradas escuálidas de otros domingos.

Sin embargo, cuando más gente mira al Celta como a un claro de cielo azul entre las nubes negras, cuando la ciudad hierve, cuando el maná de la televisión llega para darles un respiro, sus ejecutivos parecen empeñados en tapar la espita de la ilusión.

¿Qué precio pretenden imponer sus empleados a una ciudad que se desangra? ¿No han paseado por las calles de Vigo? ¿No han visto los astilleros sin barcos y el reguero de locales vacíos? ¿No advierten que la industria languidece y que cada día amanece una nueva herida en la ciudad?

De nada sirve la excusa de que en otros equipos los precios son más elevados. Usted conoce bien la realidad de esos clubes, tan endeudados como la buitrera que usted se encontró al rascar la jaula de oro que le vendieron.

Además, Balaídos se cae a pedazos (sabe que no es una forma de hablar), carece de aparcamientos pese a estar apartado del centro y la visibilidad es deficiente en cuatro de sus siete gradas, alejadas del césped, frías y sólo resguardadas en parte de la lluvia.

No permita a sus asesores hacer las cuentas del Gran Capitán, presidente. ¿Cuánto cuesta tener un campo lleno, un ejército de brazos dispuesto a sostener a un equipo cuando no pueda más?

Sabe que sin el aliento de la hinchada el viaje a primera división será una visita fugaz, y que cuando los precios han sido asequibles los celtistas han acudido a su llamada como un solo hombre.

No permita que sus empleados suban los abonos. Al contrario, bájelos. Ni mucho ni poco: lo necesario para llenar el estadio cada domingo, de la misma forma que quien vende una casa estos días rebaja su precio hasta hallar comprador.

Tiene una ciudad a sus pies, presidente, compartiendo su sueño. No le borre la ilusión.

*Domingo Villar es escritor y accionista del Real Club Celta.

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