Un abrazo colectivo


Foto: Óscar Vázquez
20:09 de la tarde del 23 de mayo del 2012. Miro a mi alrededor y veo caras de incredulidad, de rabia. La gente sabía por su experiencia personal que el sueño volvía a interrumpirse para despertar de nuevo. Todos mis vecinos de grada, viejos conocidos desde mi más tierna infancia y nuevos celtistas sumados desde no hace tanto a nuestra lunática obsesión, con la ilusión rota. No podíamos mirar más que a la nada. Otra vez esto tan tonto y tan profundo, que en las últimas semanas no es otra cosa que nuestra inquietud más íntima, que tratamos de disimular en los entornos académicos o laborales a sabiendas de que nos tacharían quien sabe si de superficiales o de dementes, se nos venía abajo por enésima vez. Lo que pasaría a partir de entonces era más que previsible. Nervios en los jugadores que por alguna especie de sustancia invisible se transmitirían con el paso del tiempo a la grada. Primero, el mutismo mayoritario solo molestado por algún incondicional que no por más celtista, pero si quizás por más convinción, no dejaría de gritar hasta el final. Poco fútbol y mucha tensión, y nuestro objetivo ahogado con la playa en el horizonte.

Tantas veces ha pasado en nuestra historia...

20:11 de la tarde del 23 de mayo del 2012.Un murmullo, como los pinos rumorosos que cantan en nuestro himno, alza cada vez más la voz hasta ser un atronador grito de guerra. La rabia de saberse merecedor del premio espolea a nuestras gargantas y convierte en resortes nuestros asientos que, inexplicablemente, consiguen alzar hasta al más frío de los celtistas. Y en el campo, diez leones jugando más otros tantos en el banco. Una comunión en Balaídos que en mis 15 años de abonado pocas veces recuerdo haber experimentado aún jugándose metas más jugosas. Pero es que la localidad de al lado de alguno de nosotros, si el transcurso deportivo de nuestro club hubiese sido diferente, seguro estaría ocupado por Iago, o por Hugo, o por Roberto...hasta por Mario o Fabián si su suerte hubiese sido nacer en esta tierra. Todos y cada uno de los jugadores de esta plantilla comparten el mismo sentimiento que cualquier compañero mio de grada.

Y empatamos. Por que Iago marcó, pero empatamos todos.

21:08 de la tarde del 23 de mayo del 2012. Y Iago comanda al celtismo, se convierte  en nuestro líder en el terreno de operaciones. Orellana es derribado y el portero expulsado. Igualdad numérica y las esperanzas afloran. Y Iago coje el balón, lo mima y le susurra. Traduce todos los gritos desesperados de Balaídos en el idioma que solo los genios y el balón hablan. Y desde mi silla miro a un lado y a otro. Todas caras conocidas. No son ni familiares ni amigos pero hemos vivído mucho juntos como para no tenerles un afecto tímido pero sincero. Lágrimas de tristeza y gritos de alegría se entremezclaron entre nosotros desde que tengo consciencia de mi mismo. ¿Qué puede unir más? Y me agarro a ellos. No consigo calmar mis nervios y por eso me aferro a ellos con todas mis fuerzas. Se que el sentimiento es mutuo porque también siento sus dedos en mis brazos. No lo quiero ver pero me obligo a ello. Y Iago introduce el balón en la portería. Y Balaídos se funde en un abrazo. Un abrazo de evasión. Un abrazo de liberación de tensión.

Álex nos permitiría forjar otro abrazo, este de alivio y alegría. Nos abrazamos todos. En mi grada no importaba la edad, solo importaba el color de corazón, y el de todos era celeste. Nos abrazamos con Iago y con Roberto cuando abandonaron el campo lesionados y con todo el equipo tras el pitido final. Y todos, del primero al último, salimos del estadios un poco más celtistas que dos horas antes, por que el partido del miércoles hizo celtismo, y de que manera, como pocas veces antes.

Y la plantilla, a partir de ese partido aumentó su número. De veinte jugadores más cuerpo técnico, ha pasado a tener 13.099 integrantes más. Por fin podemos decir que somos un equipo y que por supuesto somos de primera y lo tenemos que ser de aquí a diez días. Nos lo merecemos.

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