Mismo guión, mayor crueldad


Xabier Maquieira 
La crueldad en el fútbol alcanza a veces niveles inimaginables. Dos derbis se han vivido esta temporada y ambos han tenido el mismo guión con distinto final. La diferencia ha estado en lo cruel de un epílogo que ha maltratado a un Celta que durante el nudo de la historia no mereció nunca un ocaso así. Dos partidos, 180 minutos de un duelo apasionante que cayó siempre del mismo lado. El Deportivo es líder por algo y ha demostrado en ambos choques un oficio superior al de un Celta mejor en fútbol. Este deporte, tan maravilloso algunas veces, es tremendamente malvado en otras. Tanto en Riazor como en Balaídos, el balompié no se ha portado bien con el conjunto olívico.
   
Riki adelantó a los coruñeses y provocó el deja vù en un Balaídos a reventar. El Celta volvía a empezar el derbi por detrás en el marcador, pero las sensaciones eran mejores que hace cinco meses. Un Álex López de otro planeta se hizo dueño del balón y los olívicos encerraron al Deportivo en su área. Fueron los mejores minutos de los de Herrera, quienes rondaron el gol en varias ocasiones ante el autobús de los visitantes. Orellana y De Lucas creaban peligro por bandas, con un Joan Tomás entre líneas al que le faltó algo de chispa. Los celestes se empotraban una y otra vez ante el muro blanquiazul y Colotto, el nuevo Scaloni de los derbis, demostró ser un central de otra categoría, desquiciando por completo a un Iago Aspas que no tuvo su mejor día.
   
Precisamente el de Moaña tuvo el empate nada más comenzar la segunda parte. Los errores en el fútbol se pagan y poco después Lassad castigó la mala colocación defensiva de los de Paco Herrera. La historia se repetía: con muy poquito, casi nada, los de Oltra sentenciaban el partido.  Pero este Celta está hecho de otra pasta diferente a la de temporadas pasadas. De Lucas metió a equipo y grada en el partido y el encuentro se incendió. De la mano de “Alejandro Magno”, los célticos asediaron el marco de un Aranzubía que terminó por ceder el tanto del empate de Catalá tras varias intervenciones de mérito. La remontada cogía forma y sólo restaba la estocada final, el golpe definitivo, la culminación de una hazaña. Lo merecía un Celta valiente, ajeno a especulaciones, pero al que le faltaba físico para redondear el resultado.
   
Fue entonces cuando, una vez más, la suerte apuntó hacia al norte. El Deportivo supo dormir el partido en los instantes finales, sabedor de que el empate era un gran resultado pese a todo. El choque caminaba hacia la igualada ante la incapacidad de los locales y la escasa ambición de los visitantes hasta que un balón parado, donde el Celta no encajaba desde hace meses, dio la victoria al Deportivo por mediación de Borja. De nuevo por detrás en el marcador durante todo el duelo, de nuevo mejor fútbol, de nuevo casi-remontada, de nuevo desgracia final.
   
Poco más se puede decir. La crueldad del desenlace es lógico que conlleve tristeza y decepción, pero no puede generar desconfianza y pesimismo. El Celta, ahora tercero con un partido menos, sigue dependiendo de sí mismo para subir a Primera División, el verdadero objetivo por encima de ganar al eterno rival. Vencer al Hércules primero y al Barça B después se antoja fundamental en el camino hacia Primera, y ahí detrás debe estar una afición que hoy, en el día más fácil para ser del Celta, sí que ha respondido, pero que deberá demostrarlo  en ocasiones venideras. Confianza. Como dijo cierto entrenador de Primera División, “hay que querer y queremos, hay que creer y creemos, hay que poder…y podemos”.

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