El penalti de Alejo se hace mayor de edad


Fue una noche de abril en el madrileño estadio Vicente Calderón cuando el Celta regresó de lleno a la élite del fútbol español. 46 años después de su última aparición en la gran final de la Copa de España, los de Txetxu Rojo se plantaban a orillas del Manzanares ante más de 25.000 incondicionales que viajaron a Madrid desde la ciudad olívica para empujar a los suyos con su aliento. Yo era por entonces un simple adolescente que comenzaba a saber de qué iba realmente esto del fútbol. La emoción del momento suele impedirnos el disfrute de los grandes momentos y solo la perspectiva del tiempo hace que todo se vea con la dimensión precisa. 

Hoy, 18 años después de aquel día, todo se ve con mayor claridad. El partido, las eliminatorias previas, la reacción de la gente cuando regresó el equipo a Vigo. Todo merece la pena ser recordado aunque el resultado no haya sido el que todos quisiéramos. Con todo, fue un resultado menos amargo que la derrota en Sevilla siete años después ante el mismo rival. Aquel Celta era un equipo humilde, que seguía con el ascensor y de vez en cuando estaba en Primera y, a veces, las menos, jugaba en Segunda. Era un equipo repleto de pundonor, liderado por Vicente, ese gran capitán que, bigote en ristre, ponía firmes a todos los mediocampistas de la Liga. A su lado Engonga, en quién ya se podía intuír el talento que luego le hizo internacional, algo que ya era Otero, que jugó el mundial de ese mismo año, y, por supuesto, Cañizares, salvador de Clemente en aquel partido a vida o muerte ante Dinamarca y que certificó la clasificación de la selección española para ese mundial. 

Era un Celta humilde pero no exento de calidad. Para eso estaba Andrjasevic, pundonor y garra al servicio de una gran inteligencia futbolística. Claro que todo era más fácil cuando por la izquierda entraba Ratkovic para amedrentar a los rivales a base de zurdazos, y en punta estaba Gudelj, letal, matador, acompañado de Losada, un jugador que logró en Vigo lo que no había hecho en sus anteriores equipos y alcanzó un reconocimiento justo. 

Pero todas esas cosas a un chico de 16 años no le importan. Los detalles técnicos se quedaban atrás. Lo que importaba es que el Celta, sí, el Celta, estaba compitiendo de tú a tú con el Real Zaragoza y que en el palco de ese estadio había una Copa que podía ser nuestra. Es difícil expresar lo que sentimos aquel día todos los que vivimos de una u otra manera el partido. Un partido eterno, con ocasiones en ambas porterías, con Cañizares en plan salvador y con Cedrún haciendo demasiado bien su trabajo. 90 minutos son muy largos, como diría Juanito, pero si le añadimos los 30 de la prórroga pueden ser eternos.Y lo fueron. 

Y tras la eternidad llegó la tanda de penaltis. En realidad no debió durar ni diez minutos, pero en mi memoria, esa tanda de penaltis se ha transformado en horas. El momento en el que Alejo camina hacia el balón, el momento en el que chuta... lo he visto tantas veces que podría imitar paso a paso sus movimientos. Y aún hoy, cuando lo vuelvo a ver, tengo la esperanza de que ese balón besará la red. Pero no lo hizo. Hoy, el penalti de Alejo se hace mayor de edad y creo que ya es momento de que sea libre, de que abandone el nido y deje paso a otros penaltis de esos que por muchos años que pasen siempre acaben entrando. 





0 comments:

Publicar un comentario