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Foto: EFE |
Tras una trabajada victoria, como todas las de este equipo, ante el Villarreal, el Osasuna de Pamplona pasará las Navidades en puestos europeos. El equipo de Mendílibar no se caracteriza por la calidad de su plantilla, ni por su buen juego, ni siquiera por tener una gran pegada. Simplemente es un equipo bien trabajado, sin grandes estrellas, con un gran técnico y que tiene claro cuales son sus puntos fuertes y débiles. Pero sobre todo se caracteriza por su fortaleza como local. En el Reyno de Navarra, la afición es el jugador número 12. El Reyno de Navarra es un infierno para cualquier equipo.
Indiferentemente de las críticas a su estilo (debo admitir que siempre he promulgado que el fútbol es un espectáculo y como tal debe ser jugado), la realidad es que los números no mienten, y dichos números dicen que, trabajando siempre desde la humildad económica, Osasuna lleva doce temporadas consecutivas en Primera, en las cuales, pese a haber partido siempre como unos de los principales candidatos al descenso, ha llegado a clasificarse para la ronda previa de la Champions League, a jugar unos cuartos de Copa de la UEFA e incluso a ser subcampeón de Copa del Rey.
El domingo, cuando ví a Osasuna en puestos europeos, pensé: ¿Si Osasuna puede, por qué el Celta no? Tras cinco años merodeando por la Segunda División, esos sueños parecen muy lejanos. Ya ha pasado demasiado tiempo desde que los Mostovoi, Mazinho, Makelele, Karpin, Gustavo López y compañía deleitaban a Europa con un balón de fútbol como único instrumento.
Sé que parece exagerado decir esto, pero pensar en volver a ver a nuestro Celta en el Amsterdam Arena, San Siro, Anfield, Delle Alpi o Villa Park no es ninguna utopía. Pero para conseguirlo debemos sumar todos. No vale pitar a un jugador por fallar un gol cantado tras una gran jugada personal, no vale criticar al entrenador, no vale criticar a la directiva y, sobre todo, no vale quedarse en casa esperando a que llegue el derbi o a una hipótetica fase de ascenso. Lo único que vale es apoyar este proyecto hasta el final y dejarse las gargantas animando en Balaídos, porque el Celta somos todos, para lo bueno y para lo malo, y sé que si algún día volvemos a codearnos con los más grandes, yo podré decir que nunca di la espalda al Celta, NUNCA.
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