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Foto: Óscar Vázquez |
Todo nace en una
jugada a los cinco minutos de encuentro, donde Orellana se aprovecha de un
error de la defensa alcarreña para plantarse sólo frente a Saizar. Con un
magistral toque, sortea al meta visitante picando el balón, para después dejar
sentado a otro defensor y errar, incomprensiblemente, a puerta vacía. Demasiado
adorno para una acción que merecía una resolución más sencilla y que pudo haber
significado el primer gol del Celta.
A raíz de esto, ciertos
sectores de la grada comenzaron a silbar al futbolista chileno. Unos silbidos
que no surgen aquí, sino que proceden de mucho antes. Es indudable que Orellana
no es del gusto de un nutrido grupo de seguidores celestes. Su fútbol
individualista y con gran abuso del regate no concuerdan con determinados
hinchas que, principalmente desde su error en Riazor (una pérdida de balón suya
propició el gol de la victoria deportivista), ya no le pasan una. Ayer fue el mejor ejemplo, pues tras su fallo,
se escucharon pitos cada vez que entraba en contacto con la pelota. Hasta
Oubiña tuvo que pedir calma.
Pero lo cierto es
que a un servidor no le sorprende. Sin saber muy bien por qué, Balaídos (y
hablo en general) suele mostrar cierta animadversión y muy poca paciencia con
futbolistas del corte de Orellana. El chileno no es el primero ni será el
último de una larga lista de futbolistas que rebosaban calidad, pero que, por
una cosa o por otra, no conseguían “enamorar” a la mayoría de los aficionados
del coliseo vigués.
En la anterior
etapa en Segunda División, recuerdo como el asturiano Jandro se encontraba, día
sí y día también, en el ojo del huracán. Señalado en las derrotas y poco
valorado en las victorias, más de una vez fue increpado por el respetable. Ya
en Primera, Canobbio o Baiano también eran centro de las críticas, incluso
aunque su rendimiento fuese más que notable. Especialmente el brasileño, que
más de una vez se llevó algún silbido por su fama de lento (aunque luego
anotase 15 goles por temporada). En un pasado más reciente, el más claro
ejemplo es el de Trashorras, admirado en el exterior y muchas veces silbado por
su propia afición. El poco espíritu defensivo de “Pachorras” era motivo
suficiente de crítica, incluso si poco después solucionaba un partido con un
pase magistral.
La verdad es que
nunca entenderé esto. Todos esos nombres, a los que se podrían unir muchos más,
han sido pieza clave de los distintos equipos del Celta de los que han formado
parte. Sin ellos, los éxitos habrían sido menos éxitos, y los fracasos más
fracasos. Sin embargo, sin razón aparente, no han contado con el beneplácito de
una grada que, en cambio, dedica multitud de aplausos a otros futbolistas de
menor calidad.
Por su puesto, cada
uno es libre de hacer lo que quiera y yo no soy nadie para determinar su
opinión. Pero la mía es que, un jugador de la calidad de Orellana, capaz de
desequilibrar un partido con un regate, una asistencia o un gol, merecería un
poco más de paciencia y apoyo. Es evidente que gestos como el que hizo tras
marcar (aunque luego se disculpase) no son de recibo. Actuaciones como esa si
merecen silbidos, pero su fútbol no. Su fútbol es de muchos quilates y espero
que, tarde o temprano, partidos como el de ayer nos ayuden a valorarlo.
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