El nuevo miembro de "El club de los incomprendidos"


Foto: Óscar Vázquez
Tanto para bien como para mal, Fabián Orellana fue uno de los grandes destacados de la victoria celeste frente al Guadalajara. En el plano positivo, volvió a ser un jugador desequilibrante: muy participativo, no paró de intervenir y generar peligro desde el costado izquierdo, rubricando su buen partido con un gol y una asistencia. Sin embargo, justo después de anotar el primer tanto, realizó un gesto despectivo a la grada, reprochando los silbidos que poco antes ésta le había “regalado”.
   
Todo nace en una jugada a los cinco minutos de encuentro, donde Orellana se aprovecha de un error de la defensa alcarreña para plantarse sólo frente a Saizar. Con un magistral toque, sortea al meta visitante picando el balón, para después dejar sentado a otro defensor y errar, incomprensiblemente, a puerta vacía. Demasiado adorno para una acción que merecía una resolución más sencilla y que pudo haber significado el primer gol del Celta.
   
A raíz de esto, ciertos sectores de la grada comenzaron a silbar al futbolista chileno. Unos silbidos que no surgen aquí, sino que proceden de mucho antes. Es indudable que Orellana no es del gusto de un nutrido grupo de seguidores celestes. Su fútbol individualista y con gran abuso del regate no concuerdan con determinados hinchas que, principalmente desde su error en Riazor (una pérdida de balón suya propició el gol de la victoria deportivista), ya no le pasan una. Ayer fue el mejor ejemplo, pues tras su fallo, se escucharon pitos cada vez que entraba en contacto con la pelota. Hasta Oubiña tuvo que pedir calma.
   
Pero lo cierto es que a un servidor no le sorprende. Sin saber muy bien por qué, Balaídos (y hablo en general) suele mostrar cierta animadversión y muy poca paciencia con futbolistas del corte de Orellana. El chileno no es el primero ni será el último de una larga lista de futbolistas que rebosaban calidad, pero que, por una cosa o por otra, no conseguían “enamorar” a la mayoría de los aficionados del coliseo vigués.
   
En la anterior etapa en Segunda División, recuerdo como el asturiano Jandro se encontraba, día sí y día también, en el ojo del huracán. Señalado en las derrotas y poco valorado en las victorias, más de una vez fue increpado por el respetable. Ya en Primera, Canobbio o Baiano también eran centro de las críticas, incluso aunque su rendimiento fuese más que notable. Especialmente el brasileño, que más de una vez se llevó algún silbido por su fama de lento (aunque luego anotase 15 goles por temporada). En un pasado más reciente, el más claro ejemplo es el de Trashorras, admirado en el exterior y muchas veces silbado por su propia afición. El poco espíritu defensivo de “Pachorras” era motivo suficiente de crítica, incluso si poco después solucionaba un partido con un pase magistral.
   
La verdad es que nunca entenderé esto. Todos esos nombres, a los que se podrían unir muchos más, han sido pieza clave de los distintos equipos del Celta de los que han formado parte. Sin ellos, los éxitos habrían sido menos éxitos, y los fracasos más fracasos. Sin embargo, sin razón aparente, no han contado con el beneplácito de una grada que, en cambio, dedica multitud de aplausos a otros futbolistas de menor calidad.
   
Por su puesto, cada uno es libre de hacer lo que quiera y yo no soy nadie para determinar su opinión. Pero la mía es que, un jugador de la calidad de Orellana, capaz de desequilibrar un partido con un regate, una asistencia o un gol, merecería un poco más de paciencia y apoyo. Es evidente que gestos como el que hizo tras marcar (aunque luego se disculpase) no son de recibo. Actuaciones como esa si merecen silbidos, pero su fútbol no. Su fútbol es de muchos quilates y espero que, tarde o temprano, partidos como el de ayer nos ayuden a valorarlo.  

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