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Foto: Ricardo Grobas (Faro de Vigo) |
Orellana se vendió a su llegada como el hombre que debería cubrir el hueco dejado por Roberto Trashorras, un sambenito que en los primeros partidos fue totalmente equivocado y no le vino nada bien. El bueno de Fabián, comparado con el lucense, es la viva imagen del antagonismo. Mientras Trashorras es un jugador de toque, pausa y posesión, Orellana es el desequilibrio, la velocidad, el descaro. Algo que hace mucho tiempo que no teníamos en Vigo y que un servidor, admirador de los extremos a la vieja usanza, agradece como el comer. Desde el día de su debut con la zamarra celeste se vieron sus virtudes, enormes, y también sus defectos, éstos últimos corregibles.
Y es que el pasado domingo se vieron las dos caras de la moneda, el Jekyll y el Hyde del jugador chileno. Su entrada desequilibró el partido e hizo inclinarse la balanza hacia el color celeste, rubricando su eléctrica entrada al campo con un golazo mezcla de clase, fuerza y ganas por continuar. Justo un minuto después de esa maravilla, Fabián retrasa su posición a un lugar del campo que no le corresponde, quizá por la euforia y el ímpetu de protagonismo aportados por el reciente gol, y pierde un balón que termina en el gol definitivo de Lassad que mató el partido. Su cara era un poema. Ya había jugado Orellana con esa situación antes de su gol, retrasando en exceso su posición y conduciendo en demasía con un riesgo evidente de pérdida de pelota. Mentiría si dijese que, por momentos, me lo esperaba. No era la primera vez.
Pero este no es un texto para engrandecer los defectos de un jugador que, estoy segurísimo, nos va a dar muchísimas alegrías y terminará por convertirse en nuevo ídolo de la afición (a pesar de ser verdugo la campaña pasada), porque Orellana es un jugador clave en este Celta. El tiempo le dará la razón y, a poco que corrija su exceso de conducción en zonas indebidas, su juego nos dará muchos puntos. Porque sí, a veces peca de individualista, ¿pero no son necesarios ese descaro y esa garra para romper partidos? ¿No fue ese pundonor y esa magia en el regate los que rompieron el partido en Vila-real y en Coruña? Fabián Orellana, en caso de ser de la partida mañana sábado contra el Hércules, se merece la mejor de nuestras ovaciones. La necesita y, sin duda alguna, se la merece.
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