Orellana, el individualista genial


Foto: Ricardo Grobas (Faro de Vigo)
El partido de Riazor el pasado domingo vino a confirmar un secreto a voces: Fabián Orellana, el chileno fichado esta temporada por el Celta, es un jugador diferente. No me cansaré de recordar, cada vez que lo veo jugar, las palabras de mi querido abuelo, empedernido y sufridor celtista: “Este chaval es un jugador de Primera División”. Y es verdad. No me cabe duda de que Orellana jugaría en el ochenta por ciento de equipos de Primera División, en algunos de titular indiscutible, en otros con un papel secundario pero dando, sin duda alguna, el nivel necesario. Me sorprendió muchísimo, a finales del verano, que el Granada prescindiese de sus servicios para su retorno a la máxima categoría del fútbol español. Más aún sabiendo que en el playoff fue el jugador más desequilibrante y el que inclinó con su profundidad y sus regates la balanza hacia el lado andaluz para nuestra desgracia. Mi mente no es capaz de comprender por qué no siguió en Granada a pesar del equipo tan justito que tienen al sur de la península. Solamente el nombre de Fabri me hace vislumbrar un poco de luz en esta historia. Pero ese no es el tema.

Orellana se vendió a su llegada como el hombre que debería cubrir el hueco dejado por Roberto Trashorras, un sambenito que en los primeros partidos fue totalmente equivocado y no le vino nada bien. El bueno de Fabián, comparado con el lucense, es la viva imagen del antagonismo. Mientras Trashorras es un jugador de toque, pausa y posesión, Orellana es el desequilibrio, la velocidad, el descaro. Algo que hace mucho tiempo que no teníamos en Vigo y que un servidor, admirador de los extremos a la vieja usanza, agradece como el comer. Desde el día de su debut con la zamarra celeste se vieron sus virtudes, enormes, y también sus defectos, éstos últimos corregibles.

Y es que el pasado domingo se vieron las dos caras de la moneda, el Jekyll y el Hyde del jugador chileno. Su entrada desequilibró el partido e hizo inclinarse la balanza hacia el color celeste, rubricando su eléctrica entrada al campo con un golazo mezcla de clase, fuerza y ganas por continuar. Justo un minuto después de esa maravilla, Fabián retrasa su posición a un lugar del campo que no le corresponde, quizá por la euforia y el ímpetu de protagonismo aportados por el reciente gol, y pierde un balón que termina en el gol definitivo de Lassad que mató el partido. Su cara era un poema. Ya había jugado Orellana con esa situación antes de su gol, retrasando en exceso su posición y conduciendo en demasía con un riesgo evidente de pérdida de pelota. Mentiría si dijese que, por momentos, me lo esperaba. No era la primera vez.

Pero este no es un texto para engrandecer los defectos de un jugador que, estoy segurísimo, nos va a dar muchísimas alegrías y terminará por convertirse en nuevo ídolo de la afición (a pesar de ser verdugo la campaña pasada), porque Orellana es un jugador clave en este Celta. El tiempo le dará la razón y, a poco que corrija su exceso de conducción en zonas indebidas, su juego nos dará muchos puntos. Porque sí, a veces peca de individualista, ¿pero no son necesarios ese descaro y esa garra para romper partidos? ¿No fue ese pundonor y esa magia en el regate los que rompieron el partido en Vila-real y en Coruña? Fabián Orellana, en caso de ser de la partida mañana sábado contra el Hércules, se merece la mejor de nuestras ovaciones. La necesita y, sin duda alguna, se la merece.

Sígueme en Twitter: @germasters

0 comments:

Publicar un comentario