La derrota por costumbre


Foto: Óscar Vázquez 

A base de golpes los celtistas nos hemos ido acostumbrando a la derrota. Las hemos sufrido de todos los tipos: merecidas, inmerecidas, dulces, duras, amplias, ajustadas…

Hay quien dice que no hay derrota dulce, que cada vez que vuelves a besar la lona, arrollado por la fuerza del destino, te haces jurar a ti mismo que nunca jamás te volverás a ver así.

Cada derrota te hace reflexionar, buscar una explicación, con la esperanza de no volver a cometer los mismos errores. Es por eso que las derrotas más duras son aquellas a las que no encuentras explicación, y, en estas, el Real Club Celta de Vigo es todo un especialista.

Dentro de esta clasificación de derrotas inexplicables y, por ello, especialmente duras, podríamos situar las dos últimas, ante Dépor y Hércules. El equipo llegaba después de cuatro victorias consecutivas (5 si sumamos la de Copa del Rey frente al Valladolid), mostrando su mejor juego y mirando ya con deseo los cercanos puestos de ascenso directo. Lo más extraño no son las derrotas, sino que el Celta mantuvo, e incluso mejoró, su nivel futbolístico.

Y es que si ser del Celta ya es duro de por sí, imagínense serlo fuera de Vigo o, incluso, fuera de Galicia (como es el caso de un servidor). Uno se acaba acostumbrando a escuchar una odiosa pregunta: “¿Eres del Celta? ¿Pero con quién han empatado esos?” ¿Cómo explicarles lo que en realidad significa el Celta?
Y es que el Celta se ha convertido en todo un especialista en hacer posible lo imposible, para lo bueno y para lo malo.

Recuerdo la primera vez que visité Balaídos. Temporada 2003/2004, un Celta en puestos de descenso y con muy malas sensaciones recibía a un Barça que había renacido de la mano de Rijkaard y Ronaldinho y que rozaba el pleno de puntos en la segunda vuelta liguera. Contra todo pronóstico el Celta ganó aquel partido por 1-0 e hizo creer a la afición a base de solvencia que nos quedaríamos un año más en Primera. Nada más lejos de la realidad. Inexplicablemente, el Celta, que aquel mismo año había disputado la Liga de Campeones, acabó descendiendo a Segunda.

Pero no hay nada tan malo como para no poder sacar algo positivo, y esta tendencia al fracaso y a la decepción me ha enseñado a valorar nuestra grandeza. Hay equipos que necesitan presumir de títulos, otro preferimos presumir de un sentimiento.

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