El eterno retorno de lo mismo


Foto: Lalo R. Villar (El País)

Tras la derrota de ayer se acercan a casa Celta los peores fantasmas del pasado. Como si de un reflejo de la realidad sociopolítica de nuestro siglo se tratase, el Celta revive continuamente los mismos males, los mismos problemas y las mismas soluciones. La crisis en la que estamos sumergidos mundialmente desde el 2008 no es más que una reedición de aquel crack del 29 que, desgraciadamente, terminó en Guerra Mundial por el surgimiento del nazismo. Hoy en día la posibilidad de la Guerra Mundial es lejana, pero la crisis no presagia nada bueno y no hace más que reeditar los viejos males de la sociedad, eso sí, ahora sumergidos en Internet, teléfonos móviles de última generación y demás parafernalias tecnológicas. Pero el fondo es el mismo. El eterno retorno de lo mismo, filosofía acuñada por Friedrich Nietzsche.

Pues, aunque el Celta es única y llanamente un equipo de fútbol (nuestro equipo de fútbol), la filosofía de Nietzsche es tan aplicable a su estado como a la realidad social en la que vivimos. La prueba la tenemos muy clara en el partido de ayer. Paco Herrera, empeñado en desenterrar los muertos de la desgracia, planteó un partido equivocado al no saber reaccionar ante la inesperada baja de Borja Oubiña. Volvió el trivote y con él volvieron los problemas de equilibrio y rotura de líneas. ¿Era necesario armar tanto el medio campo ante un filial cuyo objetivo es tener el balón y mirar siempre hacia arriba? ¿Era necesario prescindir de un media punta al uso para manejarse entre los espacios que, inevitablemente, iban a dejar los jóvenes pupilos de Eusebio ante su ansia de cara al gol?

La presencia de Bustos y/o Insa, evidentemente, se hacía necesaria, pero no la incursión de un Álex López tan retrasado que permitiese una regulación y un espacio prácticamente inservible entre el medio campo y la delantera. Herrera, como si de un tiburón de Wall Street se tratase, volvía al peor de los defectos sufridos por este equipo en el inicio de la temporada. El problema es que el míster, obcecado y cabezón como nos tiene acostumbrados, necesitó treinta y cinco minutos para cambiar el plan y un gol entre medias para abrir los ojos. No fue hasta que el Celta encajó su enésimo gol a balón parado (ojo a la defensa de Bustos, no siempre tienen la culpa los centrales) que Herrera adelantó un poco la presión y situó a Álex en la media punta. A buenas horas mangas verdes.

No contento con el trivote, Herrera volvió a situar a David Rodríguez en la banda izquierda provocando que el equipo, aún encima de estar partido, disputase toda la primera parte prácticamente con un jugador menos. Todavía no sabemos cuántos partidos y probaturas necesita nuestro entrenador para darse cuenta de que David, además de ser muy limitado técnicamente, ve desaprovechado todo su potencial en la banda izquierda. Incluso Iago Aspas, que hasta hace dos semanas tenía una flor que ya venía rivalizando en tamaño con la de otros ilustres de las rachas como Sir Alex Ferguson o Fabio Cappello, rendiría más que el pobre David en una banda que le resulta tan incómoda como desconocida. El cambio de Iago por Orellana nada más comenzar la segunda parte no solo demuestra esta situación, si no que contradice el planteamiento del entrenador en casi todo lo que sacó de partida al terreno de juego.

La derrota de ayer, además de demostrar la filosofía del eterno retorno de lo mismo, es la constatación de que algo no funciona en este equipo. Hace dos jornadas podíamos consolarnos, si es que es lícito consolarse en estos casos, con haber desplegado buen juego y con no tener el total merecimiento de las derrotas. Ayer no hubo perdón en ningún sentido. El Celta jugó uno de sus peores partidos en toda la temporada y Herrera cayó en los mismos errores que nos condenaban a principio de Liga. Tras una buena racha que nos aupaba a los primeros puestos como un relámpago, parece que el equipo retrocede y cada vez recula más en su afán por atacar el ascenso al sitio que nos pertenece. Hoy en día no puedo ser más pesimista y espero que el tiempo, ese juez implacable en tantos casos, me acabe quitando la razón. De momento no podemos hacer más que cruzar los dedos para no entrar en una dinámica tan negativa como la que nos hizo perder todas las opciones la temporada pasada. Porque además, salvo el Hércules (cuya única victoria en los últimos cuatro partidos fue contra el Celta), ninguno de los equipos de arriba sueltan el acelerador. Es preocupante.

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