Sinceramente y bajo mi punto de vista, eso fue lo que mostró el Celta sobre el césped de Chapín: ser un equipo de ocho minutos. Algunos dirán que no fueron ocho, sino diez o quince. Me da igual. Pero lo cierto es que los de Paco Herrera no existieron hasta los minutos finales del partido, donde sacaron la casta y se aprovecharon de la pasividad de un Xerez que ya se veía vencedor para arrancar un punto que puede y debe saber a gloria, pero que espero que no sirva para tapar muchas de las miserias que mostró esta escuadra en la tarde-noche del domingo.
Estaba muy esperanzado con la nueva versión del Celta, aquella que había mostrado en la primera parte de Las Palmas y durante el fantástico partido contra el Valladolid. Creía de verdad en que el equipo había lavado la mala imagen en cuanto a juego de jornadas anteriores y que por fin había encontrado un patrón que seguir. Me bastó ver la alineación de Herrera para saber que volvíamos a las andadas.
No entiendo, por mucho que lo intento, el once que dispuso el catalán en el campo. Y no lo entiendo, principalmente, por no contar en el campo con un Joan Tomás que se había merecido la titularidad. También por Iago Aspas, que venía de hacer un partido fantástico en Copa, pero sobre todo por el mediapunta catalán. Tras partidos de búsqueda, habíamos encontrado a ese organizador, ese futbolista capaz de sustituir a Trashorras, de comandar los ataques del equipo, de dar ese último pase. Y Herrera, apostando por no sé qué, decidió desperdiciarlo. En su lugar, colocó el archifamoso trivote, con Oubiña, Insa y Álex López, el cual, en mi opinión, carece de sentido alguno esta temporada. La campaña anterior sí, pues en la tripleta atacante tenías un futbolista como Trashorras, capaz de organizar el juego. En cambio, ahora, ese papel no lo interpreta nadie. Ahora la propuesta es pertrecharse en campo propio y rezar para que los tres de arriba cacen una contra. Bajo mi punto de vista, una idea bastante pobre para un equipo que aspira al ascenso directo.
Pero a Herrera le salió bien. David Rodríguez cazó un balón en el área y no perdonó. 0-1 y el preparador céltico frotándose las manos. El plan funcionaba a la perfección, así que imagino que pensó en llevarlo a su máxima expresión. Es decir, a poco menos que colgarse del larguero, desentendiéndose de la pelota y volviendo a esperar por una nueva contra que nunca llegaría. El Xerez se vino arriba, embotellando a los celestes, mientras el gol local se mascaba. Aconteció lo que el Celta merecía, que era el gol del empate en el enésimo fallo a balón parado. El plan ya no era tan perfecto.
Fue entonces cuando los vigueses salieron de la cueva tímidamente, con una clara ocasión de Natxo Insa, aunque pronto volvieron a su refugio. Me cuesta comprender como, con un equipo que tiene tantos problemas para defender, Herrera sigue empeñado en aguardar al rival en campo propio (ayer en el área), exponiéndose a que, en cualquier jugada, el rival perfore la meta de Yoel. Precisamente Yoel salvó en más de una ocasión el segundo de los azulones, que asediaban la portería viguesa entrando a través de las bandas. Sinceramente, lo de los laterales del Celta es muy muy preocupante. No entiendo qué le pasa a Hugo Mallo y no entiendo qué le pasa a Roberto Lago. Los dos son, sobre todo el de Marín, una sombra de los grandes futbolistas que eran el año pasado. Precisamente por el costado del de O Calvario llegó el segundo tanto local y la confirmación de que el plan de Herrera tenía más lagunas de las que el catalán pensaba.
Este pensamiento se confirmó en la segunda mitad, donde el Xerez continuó dominando y donde amplió la ventaja con otro despropósito a balón parado, esta vez protagonizado por Yoel. Con el partido abocado al desastre, a Herrera se le encendió la bombilla e hizo lo que debió hacer antes: meter a Joan Tomás y Iago Aspas en el campo. Aunque el Celta no arrolló al Xerez, al menos el equipo fue otro, más valiente y ambicioso y con más capacidad arriba para hacer daño. En ocho minutos locos, los que van del 84 al 92, el Celta empató un partido que tenía perdido, arañando un punto que puede ser valioso en el futuro, pero que no debe esconder los males del conjunto.
Siempre he tenido confianza y paciencia con Herrera. Incluso tras la enorme crisis de resultados que vivió el equipo durante la segunda vuelta del campeonato pasado, incluso tras la incomprensible alineación de Granada que empujó al Celta hacia el abismo, incluso tras unas nueve primeras jornadas con menos luces que sombras. Pero, ciertamente, cada vez se me hace más difícil. Ayer salió de Chapín eufórico, radiante de felicidad por el empate conseguido. Imagino que sabría que el gol de Catalá tapará muchas voces críticas que con una derrota se le iban a echar encima y que con el empate in-extremis van a esperar, al menos, una semana más. Se está mostrando desconcertado, desorientado, incapaz de encontrar el camino, incluso cuando el camino lo encuentra él. Ayer era el día perfecto para meter a Iago Aspas y a Joan Tomás: ¿por qué no lo hiciste Paco?
Su propuesta futbolística está obsoleta y lo peor es que no consigue, o por lo menos ayer, por conservadurismo, no quiso, renovarla. Tampoco logra arreglar el desaguisado defensivo, especialmente a balón parado, y el equipo sigue sufriendo esa falta de soluciones. Los bandazos tienen que terminar y espero que el próximo sábado en Balaídos sea valiente y apueste por el equipo que debía haber salido ayer a Chapín. ¡Espabila Paco! Aunque nos vayamos de Xerez con la sensación de que hemos ganado más de lo que hemos perdido, éste no es el sendero del ascenso. Y es que ayer no hemos sido un equipo de ascenso, sino un equipo de ocho minutos. Con eso no llega.
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