El microondas


Foto: Marta G. Brea 

Fabián Orellana llegó a última hora, como refuerzo de lujo para reforzar el ataque celeste. La marcha de Trashorras dejaba al equipo sin una porción de fantasía, espacio que el chileno debía rellenar a su manera. Que Trashorras y Orellana son futbolistas diferentes ya lo sabíamos antes. El chileno es todo rapidez y verticalidad, aunque le falta levantar a veces la cabeza, pero tiene esa capacidad de desequilibrar un partido, de cambiar el rumbo de un choque que parece perdido. A veces, solo hace falta una carrera suya por la banda para darse cuenta de que algo ha cambiado, para que sus compañeros crean en el triunfo.

Ayer, la entrada de Orellana fue clave para refrendar la mejoría del Celta en el juego. Es cierto que ya desde el inicio de la segunda parte se vio a un Celta muy distinto, con mordiente, con más llegada, capaz de crear varias ocasiones en los primeros minutos de juego, pero la entrada del chileno dio un punto de superioridad en el Celta que se haría cada vez más notorio con el paso de los minutos. Las llegadas del Celta, que se limitaban a entradas por la banda derecha de De Lucas o Hugo Mallo, se vieron reforzadas con la profundidad que le dio al juego por banda izquierda la presencia de Orellana.

No es de extrañar, que a partir de entonces el juego del Celta se volcase también a la banda izquierda, incluso con mayor presencia, y con un Roberto Lago que hacía su agosto particular viendo que los defensas estaban más pendientes de Orellana que de él. No es de extrañar que al final la presencia de Orellana fuese clave en los dos goles que marcó el Celta en el segundo acto. En el empate, la falta sacada por De Lucas fue cometida sobre el propio Orellana,  y poco podemos decir de la maniobra que realiza el chileno en el gol de la victoria, poniéndole en bandeja de plata el 2-3 a Iago Aspas.

Pero más allá de su rendimiento futbolístico, que fue notable, me gustaría destacar el aspecto mental de la entrada de Orellana en el resto de sus compañeros. Fabián fue ayer el microondas que terminó de calentar a sus compañeros, que les dio ese punto perfecto para encarar una remontada que todos veíamos posible y en la que creyeron hasta el final.

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