La reconquista


Si a cualquier aficionado celeste le preguntasen cuál es el objetivo del club para esta temporada que comienza, todos responderían, sin dudar, que el ascenso a Primera División. Tras cinco años en el abismo, ese es el horizonte deseado y por el que se está dispuesto a pelear hasta el final. No obstante, quizás haya algo más, algo que durante un largo periodo ha atormentado al hincha celtiña, llegando incluso a amargarle la existencia. Se trata de una espinita de la que parece que no se consigue librar, la cual pincha y lastima en su orgullo, provocándole una insoportable mezcla de tristeza y rabia, de pena y enfado.

El 28 de marzo de 1809 la ciudad de Vigo dio una lección de valentía y honor expulsando, contra todo pronóstico, a las tropas francesas de la ciudad e iniciando un proceso revolucionario que se extendería a todo el territorio español y que finalizaría con la recuperación, por parte del pueblo, de la soberanía antes perdida. Ese día, los vigueses volvieron a ser dueños de su destino, recuperando todo aquello que era suyo y devolviendo las cosas al lugar del que nunca debieron irse; ese día, se restableció el orden.

Al Celta de la temporada 2011/2012 también le toca llevar a cabo esa misión. Además del ascenso a la Liga de las Estrellas, debe recuperar el terreno perdido en los últimos años respecto a su eterno rival, el Deportivo de la Coruña, y sanar así, de una vez, la agonía de la afición viguesa.

Pese a contar con casi dos décadas más de historia, el equipo de A Coruña siempre vivió a la sombra del Celta. Con más temporadas en Primera, la disputa de una final de la Copa del Rey en los años cuarenta y su participación en la Copa de la Uefa, algo que supuso el primer viaje del fútbol gallego por los estadios europeos, el Celta se erigió como el equipo gallego por excelencia. A excepción de la propia ciudad herculina, Pontevedra y parte de Lugo, el resto del territorio gallego podía considerarse de sangre celeste: desde Ourense hasta Ferrol pasando por Santiago, el Celta era el equipo más carismático de la comunidad, relegando al Pontevedra, Compostela y al propio Deportivo a un segundo plano.

No obstante, las tornas parecen haberse invertido en los últimos veinte años. La llegada a la presidencia de Augusto César Lendoiro supuso un gran impulso para el equipo coruñés que pronto empezó a forjarse un nombre en el panorama nacional. Los años noventa supusieron la conquista de un subcampeonato, tras aquel penalti fallado por Djuckic, y la consecución de la Copa del Rey frente al Valencia, alzando así el primer título del fútbol gallego. Con el nuevo siglo, el conocido como SuperDépor, se hizo con una Liga, otra Copa del Rey y tres Supercopas de España, lo que hacía un global de seis entorchados, amén de alcanzar unas semifinales de Champions League y otros dos subcampeonatos ligueros.

Mientras, el Celta vivió también los mejores años de su historia de la mano de un equipo magnífico, posiblemente al nivel del conjunto coruñés, pero que, a diferencia de este, no tuvo el saber estar suficiente en los momentos clave para redondear su fútbol preciosista con algún título. Dos finales de Copa del Rey se quedaron en el camino, así como varias oportunidades para ganar la Copa de la Uefa. Los Mostovoi, Mazinho, Karpin, Revivo y compañía serán recordados por su maravilloso juego, pero, injustamente, su nombre no estará escrito en el palmarés de ningún torneo.

En los últimos años, ambos conjuntos han mostrado una clara decadencia. El conjunto vigués de manera mucho más marcada, con dos descensos a Segunda y permaneciendo en la categoría de plata durante cinco campañas. Mientras, el Deportivo se mantuvo, con más pena que gloria, en Primera División hasta esta temporada, en la que ha retornado al “infierno” de Segunda.

Debe ser este año, con los dos clubes en la misma categoría, cuando el Celta inicie la recuperación del terreno perdido. Admitiendo la inferioridad en las dos últimas décadas, el equipo vigués tiene que volver a imponerse a su eterno rival y así ser considerado de nuevo el equipo gallego por excelencia. La Reconquista ha comenzado. Esta vez, como en el siglo XIX, los rivales también visten de azul y blanco, pero para vencerles no usaremos las armas, sino el balón. El primer objetivo es el ascenso, pero hay que volver a pintar Galicia de celeste. Ya toca.

Moi Celeste

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