El diablo de Moaña


Surgió de repente, a través de la oscuridad de un túnel que llevaba a Segunda División B, y, con su luz, consiguió alejar al Celta de las tinieblas, manteniéndolo con vida. Aquel día, el sueño de muchos celtistas pudo irse al garete. La delicada situación económica no hubiese admitido un nuevo descenso, por lo que la caída al pozo de la categoría de bronce hubiese supuesto, casi con total seguridad, la desaparición del histórico club del Val do Fragoso.

Pero ahí estaba Iago Aspas, el flacucho delantero que llevaba años reclamando una oportunidad desde el filial. Hermano del que fuera comodín de Fernando Vázquez en la última etapa en Primera División, Iago deslumbraba en el Celta B, donde los aficionados de Barreiro habían podido apreciar su gran talento, así como su inusual carácter, el cual lo conducía, en ocasiones, por el camino de la perdición; “el genio de los genios” que se suele decir. Y es que Iago es eso, un fenómeno, capaz de lo mejor y de lo peor, con cualidades suficientes para ganar un partido él sólo, así como para perderlo en un momento de tensión. Vive el fútbol de una manera diferente, como una expresión de su rebeldía interior, de su inconformismo. Incomprendido por algunos, alabado por otros, no deja a nadie indiferente. Ídolo para su afición, y enemigo para el rival; ángel para propios y demonio para extraños. Es la irreverencia hecha futbolista.

A él se encomendó Eusebio cuando la soga más apretaba el cuello del Celta y el suyo propio. No sólo en aquel partido dramático frente al Alavés, donde dos goles del moañés, tras salir desde el banquillo, permitieron mantenerse en la categoría, sino en un encuentro en Girona al año siguiente, cuando el preparador vallisoletano se jugaba su continuidad al frente del equipo. En todas esas ocasiones Iago se erigió como el salvador celeste, el hombre al que acudir en los momentos decisivos. No obstante, su gran partido, el que lo puso en el escaparate nacional, fue en la ida de los cuartos de final de la Copa del Rey, frente al Atlético de Madrid. Aquel día, acompañado por un genial Trashorras, se encargó de volver loca a la defensa rojiblanca, saliendo de sus botas el mejor fútbol que ha desarrollado el Celta en estos últimos y desastrosos años.

Con la llegada de Herrera y los nuevos fichajes para la delantera, su protagonismo se ha reducido este año al nivel de revulsivo. Así lo utilizó el técnico catalán, quien vio en él al perfecto elemento desestabilizador de partidos adormecidos, toscos, sin chispa. Su entrada en el terreno de juego buscaba la revolución, el desconcierto, la agitación del juego. Y así fue muchas veces, como en los partidos frente al Villarreal B, donde dejó un gol de tacón para la hemeroteca o frente al Granada en la ida de los play-offs, cuando, de la mano de Michu y Abalo, permitió al Celta tomar ventaja en la eliminatoria. Precisamente frente a los granadinos, en la primera vuelta de la Liga, anotó otro gol para el recuerdo. Un tanto muy parecido a aquellos que solía hacer el mejor Jesuli y que lo confirman como el digno heredero del centrocampista sevillano.

Esta temporada que comienza debe ser la de su consolidación. Si el carácter no le falla y consigue incrementar su regularidad, su inclusión en el once celeste será indiscutible. Junto al anteriormente mencionado Trashorras es, posiblemente, el futbolista con más calidad del plantel, y debe confirmarlo. Por él ya han llegado ofertas de la Liga BBVA, pero su intención es quedarse y triunfar en el equipo de su tierra. Esperemos que, este año, “el diablo de Moaña” sea el más bueno del Infierno y consiga subir al Celta al más hermoso de los cielos: la Primera División.

Moi Celeste

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