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Foto: José Manuel Álvarez Rey / Getty Images |
El Celta firmó ayer su séptimo empate a un gol en las nueve primeras jornadas de Liga. Un registro insólito que parecía que esta vez no se repetiría, pero las circunstancias volvieron a llevar al equipo a un resultado que empieza a impacientar al celtismo. El encuentro estuvo marcado por dos errores que alteraron su rumbo e impidieron a los celestes sumar una victoria que parecía al alcance.
El primero llegó al borde del descanso. Starfelt, en una acción impropia de un jugador de su experiencia, cayó en la provocación de Yangel Herrera. El venezolano le empujó ligeramente y el sueco respondió con otro empujón, justo delante del colegiado. Martínez Munuera no dudó y le mostró la segunda amarilla. Podrá discutirse si la acción merecía la expulsión, pero lo indiscutible es que un jugador amonestado no puede exponerse a una situación así, menos aún cuando su equipo necesita estabilidad y oficio.
La segunda acción decisiva se produjo en la recta final. Jones El-Abdellaoui se plantó solo ante Remiro y desaprovechó una ocasión clarísima para poner el 2-0 en el minuto 83, un tanto que probablemente habría sentenciado el partido. Me gustaría romper una lanza a favor del internacional marroquí: su desmarque fue excelente, el pase de Moriba magnífico y la velocidad con la que dejó atrás a su marcador, notable. Solo faltó la guinda del gol, esa definición que habría hecho justicia a la jugada, y que finalmente desluce todo lo anterior.
Y como suele suceder en el fútbol, los errores se pagan. Cuando un equipo cae en provocaciones innecesarias y perdona ocasiones tan claras, lo normal es que lo acabe lamentando. El Celta lo hizo en el minuto 89, cuando la Real Sociedad logró el empate. Un final cruel, aunque es justo reconocer que el conjunto donostiarra había hecho méritos suficientes en la segunda mitad para equilibrar el marcador —e incluso para algo más— de no ser por las fantásticas intervenciones de Radu.
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