A Europa a base de goles


Foto: Octavio Passos / Getty Images

A veces, los grandes momentos llegan cuando nadie los espera. El Celta de Claudio Giráldez, sin levantar demasiadas promesas en el inicio de temporada, ha encontrado en la recta final algo más que estabilidad: ha recuperado la ilusión de volver a Europa. Lo hace desde la confianza que da depender de uno mismo, desde la fuerza de un estilo directo y, sobre todo, desde el poder del gol.

Porque si hay algo que ha distinguido a este equipo es su capacidad para hacer daño. En una liga dominada por las potencias habituales, el Celta se ha colado entre los cinco mejores atacantes del campeonato. Solo Barça, Madrid, Atlético y Villarreal superan sus registros. No es poca cosa. De hecho, hay muy pocas veces en la historia moderna del club que se haya visto algo parecido, según contó ayer Faro de Vigo. 

Desde aquel equipo de los años 50 que dirigía Luis Casas Pasarín —50 goles en 30 partidos— solo tres versiones del Celta han superado esa marca. Y dos de ellas se ganaron un billete para competir en Europa. La excepción, amarga fue el equipo de Juan Carlos Unzué en la temporada 2017-18.

Ese año, Iago Aspas vivió su mejor versión. Marcó 22 goles, ganó su segundo Trofeo Zarra y se convirtió en el alma ofensiva de un equipo que también disfrutaba de un debutante Maxi Gómez en estado de gracia. El uruguayo sumó 18 tantos. El resto del reparto ofensivo lo firmaron nombres como Sisto, Wass, el Tucu Hernández, Jonny, Cabral y Emre Mor. Goles no faltaron. Lo que faltó fue equilibrio.

El Celta terminó desinflándose en el último tramo: una sola victoria en siete jornadas y una sangría defensiva de 60 goles encajados acabaron con el sueño europeo. Décimo tercero. Lejos, muy lejos, de lo que su capacidad goleadora merecía.

Pero si miramos atrás con nostalgia, también lo hacemos con esperanza. Porque este Celta de hoy tiene algo de aquellos equipos inolvidables. Tiene eficacia, tiene intención y, a diferencia de otras épocas, vuelve a mirar a la cantera. Iago Aspas sigue siendo el faro, pero ya no está solo. La idea de juego fluye con naturalidad y el equipo no renuncia a nada.

El recuerdo de aquel Celta de Víctor Fernández, que a finales del siglo pasado encadenó cuatro temporadas consecutivas en Europa, aún ilumina Balaídos. Aquel equipo lleno de internacionales —y con poca presencia de la cantera— dejó una huella imborrable. Hoy, la historia parece querer repetirse, pero desde otro lugar: el de la humildad, el trabajo y la convicción silenciosa de quienes no necesitan prometer para cumplir.

Europa está cerca. Esta vez, el Celta quiere llegar sin ruido, pero con gol.

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