Fallece Manolo Jiménez, un mito del Celta de los setenta



Una de las leyendas del Celta de los años setenta, Manolo Jiménez, falleció ayer a los 78 años de edad. Nacido en Sevilla el 14 de diciembre de 1942, defendió la camiseta del Celta en un total de 193 ocasiones, anotando 51 goles. 

Nacido en pleno corazón del barrio sevillano de Triana, en un corral compuesto por 24 viviendas. El dinero pasaba tan de refilón por su casa que a la hora de comer había unas cuantas bocas hambrientas alrededor de la mesa esperando un milagro como el de los panes y los peces, lo cual no era muy diferente a lo que vivían el resto de las familias de su calle, en donde solo había un pilón para que se lavaran cara y manos para afrontar la dura jornada. Eran años de posguerra y hambre.

Ya de niño, con unos 8 años, su obsesión era llevarle cada día unas perras a su madre para contribuir a la comida cotidiana, y a esa edad, se levantaba a las 5 de la madrugada de su catre para dirigirse a la subasta del Barranco con un gancho en la mano izquierda con el que arrastrar las cajas de pescado y un martillo en la derecha para quitar las puntas de madera. Juntar cinco pesetas en un día era un milagro pero lo era mas conseguir eliminar las escamas de las manos para llegar a la escuela sin olor a pescado. Su madre, Rosario, fue una figura omnipresente en su vida.

Empezó jugando al futbol en los recreos del colegio, cuando no tenían ni porterías ni pelota de cuero, aunque eran unos artistas con la de trapo. Unas viejas botas de futbol remendadas por su madre con hilo de cobre fueron sus primeras armas.

Nació para hacer deporte pese a que estaba muy delgado y era muy pequeño. Esa incapacidad física, de no alimentarse bien, la suplía con mucho entusiasmo.

Le gustaba también la natación y el atletismo y braceaba muchas tardes entre el puente de Triana y el de San Telmo. 

Pero claro, no era un niño al que los padres pagasen las clases deportivas sino un rapazuelo que buscaba cualquier disculpa para llevar a casa un dinerillo.

Vendía viseras para el sol en el campo del Sevilla colándose por una esquina y ante la plaza de toros, o globos en la Feria de Abril. O recogía colillas de tabaco rubio o de puro que vendía a un vecino suyo que las transformaba en pitillos nuevos.

Después trabajó en una pastelería, pero seguir trabajando y estudiando no detuvo nunca la pasión de su vida, el futbol. Eso es lo que quería desde que tuvo uso de razón, ser futbolista por encima de todo. Primero jugó en la calle, luego en el colegio, y ya, de un modo más serio en un equipo federado en el que empezó a despuntar, el CD Rocío, un equipo de infantiles del barrio de Triana en el que aprendió a sacrificarse dentro de un grupo. Les llegaban las camisetas hasta las rodillas y los pantalones les cubrían los tobillos.

De allí pasó a juveniles en el San Vicente, y a los 17 años hizo la maleta para irse al Emeritense, con el que ascendió a 3ª división, y en donde el entrenador Pedro Cuadra fue su padre futbolístico. Le enseñó a golpear con fuerza, a pulir la técnica…

En el equipo de Mérida, donde ganaba 2.000 pesetas al mes, fue titular desde el principio, marcó goles, y sintió por primera vez que el mundo parecía reconciliarse con él. En una sola temporada dejó la pubertad y se convirtió en un hombre. Salió de Triana con 58 kgs y volvió con 72 a ese equipo, como titular, y parte de una delantera temible. Pronto ascendió al primer equipo, el Betis, pero había que servir a la patria y le destinaron a Algeciras en 1963, el año que mataron a Kennedy.

A su vuelta, el Betis lo cedió al Constancia de Inca, en segunda división.  Fue una experiencia crucial de su vida, porque con las 75.000 pesetas que ganó allí en una temporada y una ficha importante pudo cumplir un sueño: comprarle un piso a su madre, sacarla del corral de Triana y levarla a un lugar digno de ella.

Volvió al Betis, donde abanderó una huelga junto a Quino, Dioni y Antón, en defensa de los compañeros del filial que no cobraban, lo que se resolvió en dialogo con el presidente Benito Villamarín ourensano de Castrelo de Miño.

Luego pasó al Jerez, donde hizo 25 partidos de la campaña 1965/66. Era titular indiscutible en ese tiempo jerezano en el que pudo conocer el mundillo de los folclóricos y en el que le pusieron de sobrenombre Gila, por su parecido físico con el humorista, apodo con el que ya le conocerían posteriormente con sus variantes de “Filomatic” o “Filo”, en el Badajoz, Barça y Celta.

Luego pasó al Badajoz, donde se convirtió en el máximo goleador de todas las categorías del futbol español. No pasó esto desapercibido para el FC Barcelona que fichó al extremo andaluz que pagó por él 4 millones de pesetas.

Dejó mucho cariño en Badajoz, pero llegar al FC Barcelona en 1967 era tocar techo para un niño del barrio de Triana. Cuando entró al vestuario por primera vez vio a Muller, Benitez, Resach, Fusté, Gallego… La integración fue dura al principio sobre todo porque desconocía el catalán. Además la competencia era terrible, y Resach y rifé le cerraron el paso.

El RC Celta se interesó por él, y el Barça lo cedió en 1968 hasta final de temporada. Y fue una entrada excepcional, porque metió 10 goles en 19 partidos y el equipo volvió a 1ª tras un largo periplo por 2ª división.

Jiménez fue uno de los futbolistas emblemáticos de uno de los equipos más brillantes que ha conocido el equipo vigués en sus 75 años de historia. Su extraordinario parecido con el cómico Miguel Gila, que por aquel entonces hacía un anuncio de televisión de una marca de cuchillas de afeitar, le valió el apodo de "el filomatic", Gila o simplemente "el gitano" que juega cuando le da la gana, aunque el propio Jiménez reconocía no entender muy bien este último mote porque siempre se consideró un gran profesional.

Sin embargo, Jiménez fue más conocido por ser uno de los mejores extremos izquierdos de su época que por su condición de "alter ego" futbolístico del genial cómico. Era técnico, muy rápido, le pegaba bien al balón con las dos piernas con tanta fuerza como eficacia y lo más importante de todo: tenía gol.
  
Manolo Jiménez forma parte de una de las generaciones de futbolistas celestes que más tardes de gloria dieron al equipo vigués. Entre otros logros consiguieron la primera clasificación del Celta para una Competición europea en la Temporada 1970-71 y tuvo el honor de formar parte del equipo que debutó en la Copa de la UEFA ante el Aberdeen en Balaídos. Lamentablemente aquella aventura tan sólo duraría una ronda, pero es muy recordada por los aficionados más veteranos del Celta.

Jugó en Balaidos hasta la campaña 1974-75 en el que el Celta cayó en segunda y dejó de ser un asiduo en las alineaciones.
Fichó por el Girona pero se rompió el tendón de Aquiles en el primer partido y ahí se acabó su vida futbolística. El periodista José María García dijo entonces que fue el jugador mas caro de Europa, un millón por un minuto jugado.

Desde su retirada en 1975 es socio del Real Club Celta, ocupando un sitio en la grada de Tribuna, desde donde ha visto a muchas generaciones de futbolistas celtiñas.

Ha sido distinguido con la insignia de oro del Badajoz, el Barcelona, que le ha invitado a los actos de su centenario y del Celta, pero no del Betis, aunque el equipo andaluz sigue ocupando un importante lugar en su corazón de aficionado. Jiménez ha dado su nombre a una peña celtista aunque no está reconocida oficialmente y ha colaborado también activamente en la fundación de la Agrupación de Ex- futbolistas del Celta que fue constituida en 1997 con otros compañeros de la época que se reunían a cenar una vez al año para recordar viejos tiempos.


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