La patada de Boban que entró en la historia


Zvonimir Boban tuvo un breve paso por el Celta, en el que apenas pudimos disfrutar de su calidad. Pero más allá de lo futbolístico, el internacional croata fue un jugador muy comprometido en ámbitos que no necesariamente tenían que ver con el fútbol. Alfredo Relaño narra en El País lo sucedido durante un duelo entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, que prendió el estallido nacionalista entre Serbia y Croacia. 

En mayo de 1990, Yugoslavia era un polvorín. El viejo control del Partido Comunista sobre sus distintos territorios (seis repúblicas, cinco naciones, cuatro idiomas, tres regiones y dos alfabetos, se decía), que tan férreamente mantuvo el Mariscal Tito, dio paso a la muerte de éste (1980) al auge de partidos nacionalistas que tironeaban cada uno para su lado. El presidente, Slobodan Milosevic, serbio, pretendía mantener la estabilidad bajo el control de Serbia, pero la situación se deterioraba por días. El propio Milosevic entró al polvorín con una cerilla encendida. Ocurrió en la conmemoración de los 600 años de la derrota serbia contra los turcos, en Kosovo Polje. Allí, ante un millón de asistentes, y en fecha sagrada para los serbios pronunció un encendido discurso de exaltación a la Gran Serbia que indignó a las minorías.

El 13 de mayo de 1990 le tocó al Estrella Roja de Belgrado visitar al Dinamo de Zagreb. El Estrella Roja era el club del supremacismo serbio. Por su parte, el Dinamo de Zagreb integraba en su ideario las aspiraciones nacionalistas de Croacia, exacerbabas como nunca desde la II Guerra Mundial. Eran los portaestandartes de las causas croata y serbia. El viejo antagonismo deportivo había degenerado en enemistad política radical.

Para más enredar las cosas, pocos días antes, ganó las elecciones al gobierno autónomo de Croacia un exgeneral llamado Franjo Tudman, en nombre del más acendrado ultranacionalismo croata. Tudman había sido comunista, pero con los años se había ido deslizando hacia el separatismo. Incluso recuperó para su partido, la Unión Democrática Croata, las enseñas de los ustachas, aquellos bárbaros fascistas de Ante Pavelic que colaboraron con los nazis en las matanzas de serbios, judíos y gitanos durante la guerra. Tudman exaltaba las pasiones de una población que no necesitaba mucho. Junto a los eslovenos, eran los más ricos y desarrollados del país. “Somos europeos católicos administrados por bizantinos ortodoxos”, se quejaban.

Cada club tenía su nutrido grupo ultra, ambos extremadamente violentos. Los del Dinamo se autodenominaban Bad Blue Boys (BBB). Habían apoyado a Tudman en la campaña, constituyéndose en punta de lanza social del independentismo croata. Los del Estrella Roja se agrupaban bajo el nombre de Delijes, que podríamos traducir por Héroes o Valientes. A su frente estaba un tipo siniestro, Zelko Raznatovic, alias Arkan, un buscavidas sin miedo a nada que gozó de la amistad y la protección de Stane Dolanc, jefe de la Policía Secreta, antiguo amigo de su padre. Desde los 20 años viajó por Europa en misiones de espionaje para Dolanc dejando un reguero de broncas y delitos. Sufrió arrestos en Bélgica, Países Bajos, Alemania, Suecia, Suiza, Austria e Italia. Escapó de varios penales, incluida la prisión de alta seguridad de Scheveningen, cerca de La Haya. Fue uno de los diez criminales más perseguidos por la Interpol.

Con Arkan al frente, tres mil Delije se plantaron en Zagreb con ansia de bronca, equipados con armas e incluso con ácidos. Su grito conocido era “¡Hachas en mano, puñal en los dientes, esta noche habrá sangre!”. Bajaron del tren cantando “¡Venimos a matar a Tujdam!” y “¡Zagreb es Serbia!”. Por entonces, el 12% de la población de Croacia de origen serbio se sentía acosada, y los Delije viajaron allí dispuestos a dar un escarmiento a los croatas. En la ciudad hubo incidentes todo el día y la población de Zagreb comprobó que la policía, de obediencia estatal, era muy indulgente con los Delije y dura con los BBB.

Las guerrillas de uno y otro lado entraron cargados de piedras por fondos diferentes del estadio Maksimir, donde la policía se vio desbordada en su intento de hacer registros. Apenas habían saltado los jugadores de ambos equipos a calentar cuando la situación hizo crisis. Los Delije destrozaron anuncios que llevaban la palabra Croacia, quemaron banderas croatas y destruyeron con ácido los tablones que les separaban del público más próximo, contra el que produjeron ataques y palizas. Los asientos volaban sobre las cabezas. En el otro fondo, los BBB se comían los puños viendo que la policía no intervenía ante esas tropelías e intentaban saltar al campo, lo que les era impedido. Por fin, su empuje fue incontenible y forzaron el control policial para atacar a los Delije. Los jugadores del Estrella Roja, (entre los que estaba Prosinecki, croata de nacimiento), se escurrieron discretamente por el túnel. Los del Dinamo se quedaron casi todos, tomando parte por su gente y exigiendo a los agentes que reprimiera a los ultras serbios.

En esas estábamos cuando Boban, que entonces tenía 21 años, vio cómo un miembro de los BBB era acorralado por la policía, que le empezó a golpear con saña. Fue para allá y le sacudió una patada voladora a uno de ellos, haciéndole caer espectacularmente de espaldas. La televisión y los fotógrafos captaron fielmente la acción de Boban, que enseguida fue protegido por compañeros y miembros del BBB. La batalla campal subió de tono.

Llegaron refuerzos de la policía, provistos de camiones cisterna con cañones de agua. La gresca duró 70 minutos y dejó 117 policías, 39 Delije y 37 BBB heridos, además de 138 detenidos. El número de ultras detenido pasó de 100. No hubo partido, obviamente. La expedición del Estrella Roja fue evacuada en helicóptero, porque de otra forma no hubiera podido salir del campo.

Boban se convirtió en héroe nacional. Su fotografía pateando al policía (que resultó ser un bosnio musulmán que después le perdonaría) se convirtió en el icono de la lucha de Croacia por su independencia. Aquellos sucesos marcaron el punto sin retorno en las fricciones entre Croacia y Serbia.

Bojan fue sancionado con nueve meses por la Federación Yugoslava. Se perdió el Mundial de Italia, en el que, por cierto, Yugoslavia eliminó a España con varios jugadores de aquel partido.

Fichó por el Bari, al año pasó al Milán, donde jugó nueve temporadas, para luego retirarse en el Celta, ya con 35 años. Con el Milán ganó una Champions (aquel 4-0 al Barça de Cruyff) junto a Savicevic, serbio, miembro del Estrella Roja aquel día. Siempre insistió en diferenciar el trato personal con amigos serbios de la reacción a la que le llevaron aquellas circunstancias, un arrebato que nunca lamentó: “No era justo, la policía sólo intervenía contra los nuestros. Lo volvería a hacer, estamos hablando de la libertad de un pueblo. Eso vale más que mi carrera futbolística”.

Un año después Croacia declaró la independencia, que sólo consolidó tras una guerra de cinco años contra Serbia. Guerra que fue pórtico de varias otras cuyo saldo total fue de cerca de 200.000 muertos y 2,5 millones de desplazados. Los BBB y los Tigres de Arkan, surgidos de los Delije, contaron entre las unidades más sanguinarias.

Una placa en el Maksimir Stadium recuerda aquellos hechos. Es un estadio obsoleto e incómodo. Cada poco se habla de sustituirlo por otro nuevo, pero no se hace por su valor sagrado de espacio de refundación de la patria croata. En cuanto Boban, estudió Historia, materia sobre la que hoy da clases en Zagreb. También comenta fútbol en televisiones de Italia y de Croacia, donde sigue siendo considerado un héroe de la independencia.

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