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Foto: LOF |
El del pasado domingo no será un partido cualquiera para los casi medio millar de aficionados que se desplazaron a Bilbao para apoyar al Celta. Los aficionados celestes acudieron a este partido con la ilusión de certificar la permanencia, aunque la idea era hacerlo con una victoria que convertiría en matemática su salvación.
Sin embargo el partido se torció desde el principio y al cuarto de hora ya ganaban los locales por dos goles de diferencia, que fueron tres antes de llegar al descanso. Remontar era una utopía, así que lo que sucedía en el terreno de juego pasó casi a un segundo plano, cobrando protagonismo entonces el partido de Girona.
Aplicaciones de resultados, radios e incluso la posibilidad de ver el partido a través del móvil. Las nuevas tecnologías arrinconan a los transistores, pero siguen estando fuertes y por su inmediatez siguen siendo el remedio más eficaz para saber de primera mano que está sucediendo en otros campos.
La decepción llegó con el primer gol del Girona, pero cuando muchos aún no se habían enterado, Morales ya había empatado el partido, poniendo la igualada que no daba la salvación, pero era un mal menor. Aún hubo tiempo para un susto gordo cuando el colegiado señaló penalti y expulsó a un jugador del Levante, aunque corregiría su decisión tras revisar la jugada en el monitor de pie de campo.
La euforia se desataría tras el 1-2 del Levante a escasos minutos para el final del encuentro. Entonces ya no importaba lo que pasaba sobre el terreno de juego. Los aficionados locales asistían con sorpresa a la fiesta de un equipo que perdía por tres goles de diferencia. Y los jugadores en el campo miraban de reojo a esa zona, conscientes de que la algarabía no era por su juego, sino por el resultado del Girona.
Se pasó de un funeral a una fiesta en apenas unos minutos. La grandeza del fútbol nunca deja de manifestarse.
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