El día del Alavés


¿Cuantas veces en los últimos años habéis pronunciado o escuchado esta frase?: El día del Alavés. Yo lo he hecho en múltiples ocasiones desde aquel 6 de junio de 2009. Esa fue la última vez que ambos equipos se enfrentaron, y lo hicieron en el mismo escenario en el que jugarán mañana. Aquel caluroso día de junio, nadie hubiese apostado a que tantos años después se verían las caras en Primera, porque para ambos equipos aquel partido era una partida a la ruleta rusa. 

Llegaban a Balaídos dos equipos tocados en el aspecto económico, que se jugaban su supervivencia en aquel encuentro. El descenso a Segunda B supondría la casi segura muerte para dos entidades históricas que se jugaban la vida en tan solo 90 minutos. Ganó el Celta, en un partido que quedará guardado en la memoria de todos los que estuvimos allí aquel día. Fue el último día que muchos lloramos en un estadio de fútbol, porque aquel partido era mucho más que tres puntos o una permanencia. Era la vida. 

O eso pensábamos al menos. El Alavés descendió, pero logró sobrevivir. Se rehizo y volvió a Segunda División unos cuantos años después, y el mes de junio pasado, 7 años después del día del Alavés, volvió a Primera. Todos, en mayor o menor medida, regresamos a aquel 6 de junio en el que aquel club parecía en proceso de extinción. 

Fue un partido especial por todo lo que había sucedido antes. El Celta había hecho una buena primera vuelta, pero a partir de la segunda, todo se fue torciendo de manera lenta e inexorable. El Celta se cansó de perder puntos en el descuento o en los últimos minutos, y justo antes de ese día vivió un partido intensísimo ante el Hércules, logrando un punto que finalmente serviría para llegar a este encuentro sabiendo que partido suponía la salvación a falta de dos jornadas para el final. Pero una derrota, era prácticamente la sentencia. 


Eusebio, que era el entrenador en aquel momento, puso en liza un equipo formado por Falcón, Edu Moya, Noguerol, Jordi Figueras, Roberto Lago, Rosada, Michu, Trashorras, Dani Abalo, Óscar Díaz y David Rodríguez. Todos esos futbolistas, salvo los veteranos, fueron a más. Era un buen equipo que había caído en desgracia.  En el Alavés jugaban Raúl Llorente, Javi Guerra, Juanjo o De Marcos, entre otros, además de Garitano, el hoy entrenador del Deportivo. Su entrenador era Javi López, quien años más tarde entrenaría al Celta B. 

Al descanso se llegó con empate, y el partido avanzaba en la segunda mitad sin que el marcador se moviera. Eusebio sabía que el empate no valía, había que dejarlo resuelto en este partido, algo que no parecía sencillo. El técnico castellano tenía bajas en la delantera. Ni Ghilas ni Dinei podían jugar, por lo que convocó a Joselu, que ya había debutado, y a Iago Aspas, que solo había jugado un partido con el Celta, la temporada anterior en Salamanca. 

Eusebio tomó en el minuto 59 una de las grandes decisiones en la historia del Celta, cuando decidió dar entrada a Iago Aspas en lugar de un gris Óscar Díaz. El de Moaña salió al campo convencido de que aquello era una final, y que su gran oportunidad se le había presentado delante de sus narices, y decidió tomar el control. Aspas tenía 21 años, pero el descaro siempre le persiguió. 

Nada más entrar puso a prueba a Bernardo, con un sutil lanzamiento que el meta alavesista pudo detener. Aún tuvo otra ocasión antes de marcar en el minuto 80 el 1-0 tras un gran pase de su amigo Dani Abalo. Pero aquella temporada los reveses eran constantes, y en el 88 Juanjo marcaría el empate, y un minuto después fue Falcón quien evitó el 1-2 con una intervención milagrosa. 

Balaídos ya se conformaba con el empate, que era un mal menor y emplazaba el sufrimiento a las dos últimas jornadas de la Liga. Ya en tiempo de descuento, Jordi Figueras bota una falta en campo propio, Jonathan Vila peina un balón que recoge David Rodríguez en área rival, su disparo es repelido por Bernardo, pero entonces aparece el mesías, Iago Aspas, para marcar el 2-1 sin tiempo de reacción para los vitorianos. Era el gol definitivo. El gol que salvaba al Celta y le daba una nueva oportunidad para reconstruirse. 

Al final del partido, Dani Abalo portaba a hombros a su amigo Iago Aspas mientras gritaba: “¡Es el mejor!”. El arousano fue profético. Lo es. 

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