Otra vez


@Theo_Bongonda

Otra vez. Segunda entrega. Tercera, contando la proeza de hace un par de temporadas en el Camp Nou. Balaídos volvió a zarandear al campeón, al Barça de Luis Enrique, al equipo que ha logrado ocho títulos desde que el técnico asturiano cambió las Rías Baixas por el mar Mediterráneo. Fue distinto, pero fue igual. Cuatro goles de nuevo y esa sensación de ver al gigante abatido, contra las cuerdas, sin capacidad de reacción. Aunque después la tuvo, a diferencia del curso pasado. Tocó sufrir como no se sufrió entonces. Dio igual, porque el premio fue menos abultado pero igual de grande. Satisfacción máxima. Y sin Nolito, sin Augusto y sin Orellana. Pero con Iago Aspas, siempre con Iago Aspas.

Los primeros 45 minutos del Celta fueron un primor. La última media hora del primer acto, sencillamente, insuperable. La gran obra de Berizzo. Una presión alta, altísima, con Aspas y Wass botándose a la yugular de Piqué y Mathieu para incomodar el germen del fútbol culé. Lejos de atrapar directamente a Busquets, el Celta decidió ensuciar las jugadas desde el inicio para después robar en el territorio del mediocentro. Lo hizo tan bien, a semejante nivel de intensidad, que el Barcelona vivió embotellado en su mitad de campo durante muchos minutos. Robaba una y otra vez, una y otra vez. 

Y después, lograba ser exageradamente vertical. Cada pelota recuperada se convertía en un misil que devoraba metros en dirección portería a una velocidad endiablada. Poco o nada pasaba entre que el balón caía en pies celestes y aparecía en área azulgrana. Así llegó el primero, el segundo y el tercero, en medio de una borrachera de fútbol como no se recuerdan en Balaídos. Aspas era el epicentro de todo. Presionaba, robaba, conducía, asistía y marcaba. El significado de afouteza resumido en un futbolista. Por suerte es de Moaña y celtista, porque no habría dinero para comprarlo.

El cuento cambió en la reanudación. A la lógica reacción del Barça, sustentada en la calidad de Iniesta y el liderazgo de Piqué, se sumó un Celta que no supo interpretar lo que pedía el encuentro. Mantuvo el plan inicial cuando lo sensato hubiese sido plegar velas. No encerrarse en el área, pero sí dejar de presionar como si no hubiese mañana. Ya no había fuerzas para ello, era imposible. Llegó el 3-2 y todo caminaba hacia el empate final. Hasta que se encontraron Ter Stegen y el Tucu. Fue la jugada que decidió el partido, la que dio suficiente oxígeno a los de Berizzo como para aguantar la victoria hasta el final. Con todo lo bueno que habían hecho los celestes hasta entonces, sin esa acción puede que todo se hubiera ido al garete. Habla de la magnitud del rival al que se había derrotado.

Balaídos pelea por ser ya Anoeta, ese estadio que llegue como llegue, siempre se le atraganta al Barça. Lo que fue Riazor en su día para el Real Madrid. Lo que es Vallecas para el Celta. Para Luis Enrique, tanto el feudo como el equipo al que un día entrenó, son ya parte de su historia negra en los banquillos. Si ya es difícil golear al conjunto azulgrana una vez, más todavía repetir la hazaña. Pasarán los años y se hablará de aquella época en la que el todopoderoso Barcelona recibió cuatro goles por dos veces ante el Celta de Berizzo. Imborrable.

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