Diez años para conocerte


RICARDO GROBAS

Siendo un niño nunca hubiera escrito esto. Y no por razones de edad, pues ya desde pequeño hacía mis pinitos ante un papel, bien para contar una historia absurda que germinaba en mi cabeza, o bien para narrar las evoluciones de mi equipo de amigos durante el fin de semana. No hubiera escrito nada simplemente porque no me hubiera parecido relevante. No hubiera sido ni épico, ni heroico, ni legendario, sólo rutinario. Era la realidad de los que nacimos y nos hicimos celtistas durante los años 90. Europa como rutina. Villa Park, Anfield, Delle Alpi y tantos otros cada jueves por la noche. Hasta Óscar Suárez, la inconfundible voz de esos partidos en la Televisión de Galicia, pasó a ser como de la familia.

Recuerdo que un viejo amigo de mi padre siempre me decía: "disfruta de estos años que éste no es el Celta de verdad". Lo tachaba de loco. Observaba a mi equipo ganar en el campo del Liverpool o golear al Benfica como quien veía una tarde cualquiera el Xabarín Club. Aquellos partidos eran parte de la programación televisiva de la semana. Desde entonces, los jueves por la noche veo Cuéntame Cómo Pasó.

Han pasado diez años desde aquel partido en Bremen en el que el árbitro nos privó de la remontada. Lo vivido desde entonces me ha servido para acercarme a esa realidad que me describían los más veteranos. Y, visto con perspectiva, me alegro de que así haya sido. Me alegro de haber bajado a Segunda y de haber purgado durante cinco años todos nuestros pecados. Me alegro de haber salido mitad aliviado y mitad avergonzado de Balaídos aquella tarde ante el Alavés. Me alegro también de haber recuperado la ilusión con aquel penalti de Trashorras en Villarreal y la posterior eliminatoria de Copa frente al Atlético. Me alegro incluso del penalti marrado por Michu en Los Cármenes. Y por supuesto, me alegro de todo lo bueno que ha llegado después.

Me alegro porque todo ello me ha permitido conocer al Celta de verdad. Me he hecho mayor y conmigo mi celtismo. Ya no vivo en aquella burbuja de eliminatorias europeas y finales de Copa. El mundo no es tan precioso como se ve desde los ojos de un niño. Y mi equipo tampoco. ¿Pero sabéis qué? Éste Celta me gusta más que el de entonces. Por muchas cosas, pero especialmente por una. Porque no es un grupo de grandes futbolistas comandados por un genio ruso. No, es un club con identidad, con una afición orgullosa y en el que marca goles un chaval de Moaña. 

A partir de septiembre, o de julio quién sabe, volverán las noches europeas a Vigo. En Balaídos o a través de la tele, aunque sin Óscar Suárez al micrófono, ni "Licsen" o "Ditriel" en el campo. Será distinto, pero tanto o más especial si cabe. En casa o a domicilio me acompañará aquella bufanda que mi padre me compró precisamente en un Celta 0-0 Olympique de Marsella. Alguna que otra vez, a veces con motivo del desgaste de la prenda consecuencia de los años, recordamos ese partido. Más bien recordamos aquella última acción en el descuento con Gudelj estirándose hasta el límite en busca de aquel balón que daba el pase a semifinales. Eran los tiempos del Celta superlativo para mí, de un Celta que si caía un año volvía a Europa al siguiente. Tiempos de un Celta desconocido que me tuvo engañado durante algún tiempo, pero que me hizo muy feliz. 



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