Víctimas de una virtud



Una semana es tiempo suficiente para que un adjetivo mute desde su concepción positiva hacia su interpretación negativa. Siete días alcanzan para que lo que entonces fue virtud sea ahora un defecto. El exceso es el culpable de todo. Hasta el exceso de felicidad puede ser negativo pues denota aislamiento de la realidad. El Celta cayó anoche en ello, en el abuso de uno de sus valores más preciados, lo que acabo desnudando uno sus defectos más primarios. Un error de juventud que catapultó la práctica totalidad de las opciones coperas ante un rival muy viejo y muy demonio en este tipo de citas. Justamente lo que sirvió para vencer en el Calderón hace ya dos miércoles fue la tumba de los de Berizzo. Valentía y temeridad, parecidas pero muy distintas.

La primera semifinal del Celta en 15 años fue la enésima del Sevilla en la última década. Durante el primer tiempo siguió el guión pactado. Emery insufló intensidad a sus chicos desde la banda para que peleasen cada balón como si fuese el último, acudiesen como perros de presa a cualquier pelota controlada por el rival y bombardeasen desde las bandas para que los centímetros ajusticiasen en el corazón del área. En lo que duró la gasolina, los locales incomodaron al Celta, enjaulados en la trampa del técnico vasco. Rubén sostuvo al grupo desde la portería y permitió el cambio de rumbo. Entonces al Celta le faltó la eficacia del Calderón. Ni Sergi Gómez ni el Tucu encontraron portería en los minutos de réplica celeste. El turno volvió al Sevilla y Rami ya no perdonó. 

Hasta ahí, todo normal. Intercambio de golpes que los hispalenses aprovecharon mejor. Quedaban 135 minutos, pero, incomprensiblemente, el Celta entendió que sólo restaban 45. El partido de vuelta desapareció de repente y los de Berizzo se lanzaron al ataque como aquel que va por debajo en los últimos minutos de una gran final. No supo entender que en lo negativo del 1-0 todavía había espacio para la esperanza en la vuelta. No logró buscar ese gol reconfortante contemporizando al mismo tiempo. Jugó como si no tuviese ya nada que perder. Sólo así se explican los tres goles que sobrevinieron. El que encienda la televisión y observe el resumen, pensará que el Sevilla sentenció la final en el descuento. Pues ni final, ni descuento.

Todo pudo cambiar en un minuto. Es cierto. Ese minuto en el que Orellana fue tan Orellana cuando debió ser más Nolito. Ese minuto en el que se plantó sólo en la frontal tras una jugada de las suyas y decidió al revés, asistiendo a Aspas en lugar de disparar a un Sergio Rico ya vendido. Ese minuto en el que el rechace cayó al Tucu y Clos Gómez no quiso ver el penalti sufrido por el internacional chileno. Ese minuto en el que el córner posterior se lanzó sin pensar que en el centro del campo Jonny y Gameiro observaban a solas, sin la ayuda defensiva de un tercero, el desenlace de la jugada. Ese minuto a partir del cual el Celta siguió sin la eficacia de otros días de cara a puerta, pero sí destapó sus carencias defensivas, las mismas que le llevan haciendo encajar goles y más goles en los últimos meses, las mismas que se explican tanto por la falta inexplicable de efectivos como por un sistema defensivo cuya efectividad se merma en el largo plazo.

Así murió el Celta, víctima de sus propia virtud. Queriendo ser valiente resultó temerario y se llevó una goleada que lo complica todo. La experiencia también juega y el Celta pagó la década y lustro que lleva sin disputar este tipo de partidos, los cuales se aprenden a ganar perdiéndolos. Ocurra lo que ocurra en la vuelta, ojalá la generación de celtistas que ahora nace no tenga que esperar a la pubertad para ver junto a sus padres un encuentro especial como el de anoche. El segundo paso hacia ese ansiado título que el club busca pero no encuentra empieza el jueves que viene. Al margen de la semifinal en sí, el Celta debe obligarse a creer aunque la cabeza le diga que no. Debe exigirse soñar y encerrar al Sevilla en su área durante un cuarto de hora, alimentando por un instante esa fantasía de los celtistas que creen, y también de los que ya no. Es lo mínimo una vez que ha llegado tan lejos. A partir de ahí, la remontada imposible ya es trabajo del fútbol y de su capacidad para crear hazañas y leyendas. Entonces ya no habrá excesos. La valentía estará y la temeridad no importa, pues sí que ya no hay nada que perder. Anoche lo había y el Celta no supo verlo. Fue tan fiel a sí mismo que salió escaldado. Está tan enamorado de su propuesta que terminó desengañado.

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