Ese pequeño gran hombre


Foto: Faro de Vigo
Cuando ví a Orellana por primera vez no fui capaz de calcular su alcance. Lo había visto jugar anteriormente, tanto en el Xerez como en el Granada, donde habíamos sufrido su cabezazo que igualaba aquella eliminatoria que luego iría a una tanda de penaltis de infausto recuerdo. Pero allí estábamos en el Pazo de Los Escudos de Alcabre, donde el Celta presentó al futbolista en medio del estupor de decenas de guiris que se encontraban allí alojados. 

Exageradamente tímido, pequeño y humilde. Tenía mucho cuidado con lo que decía, cuidaba el lenguaje y parecía incapaz de encararse con nadie, de pelearle el balón a ningún rival. Eso es el Orellana que podemos ver a simple vista, el que no está vestido de futbolista. Cuando salta al terreno de juego es otro completamente diferente. Más de cuatro años después todos sabemos qué clase de jugador es. 

Lo de ayer fue otro ejemplo más de lo que ya sabíamos. Puede que no aparezca durante unos minutos, pero cuando hay que tirar del carro el es el primero en apuntarse. La expulsión de Pablo Hernández dio paso a una situación crítica en la que cada uno de los jugadores tenía que dar un poquito más para compensar la ausencia de un compañero. Orellana se multiplicó por dos. De repente ya no había un chileno pequeñito por el campo. Eran dos, tres o cuatro. Para los jugadores del Espanyol seguro que incluso más. 

Berizzo retrasó su posición, se puso casi a la altura de Augusto, pero sin olvidarse de lo que estaba haciendo antes. Recogía balones y conectaba con los delanteros. Unía a la retaguardia con la vanguardia, cosía al equipo y deseperaba a los rivales. Solo lo podían parar en falta. Se echó el equipo a la espalda. Y no es la primera vez que lo hace. Ni será la última. Orellana es una bendición. Los grandes perfumes vienen en frascos pequeños. Tópico absurdo para cerrar esta entrada. Es lo que hay. Yo no soy tan bueno como Orellana. 

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