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JUAN HERRERO / EFE |
Querer es poder. Quizás sea ésta una de las aserciones que mejor definan al Celta de Berizzo. Más allá de aspectos puntuales susceptibles de discusión, nadie le puede negar al equipo su capacidad competitiva, adquirida con Luis Enrique y agigantada con el técnico cordobés. Sirve en ocasiones para ganar partidos que otrora se perdían. Encuentros como el del sábado, donde tus estrellas no tienen el día y las cosas no salen. Es entonces cuando la ambición y la fe en la victoria compensan la falta de acierto. El Celta es hoy un equipo con alma, creyente en sus posibilidades. Mejor encontrar la derrota que dejar marchar la victoria, predican los celestes. Todo lo contrario que una Real Sociedad a la que le sobra talento pero le falta ilusión. En Vigo esto último desborda, pero no sacia una ansia de ganar cada vez mayor. Los 40 puntos son de cara a la galería. El reto no puede ser otro que cruzar los Pirineos.
16 años sin ganar en Anoeta son demasiados. Nunca se le ha dado bien al Celta el feudo txuriurdin. Esa pista de atletismo ha devorado a muchas plantillas, mejores y peores, incapaces de tomar la Concha. Pero no pudo con el bloque de Berizzo. Ya la pasada campaña Nolito se sacó un derechazo para esquivar la derrota. Esta vez fue Aspas el que quiso llevar la contraria a las estadísticas. Sobre él se apoyó un Celta tan voraz como desacertado.
De inicio propuso el tiroteo habitual. Y la Real aceptó el reto. Aguirretxe, Vela, Zurutuza y compañía parecen armas suficientes para ir a cualquier guerra. No obstante, desde el principio se evidenció qué equipo atraviesa un buen momento y quién vive una situación complicada. El Celta llegaba mucho más fácil y con mayor sensación de peligro ante un rival que no defendía bien. Pero faltaba acierto. Ni Nolito ni Orellana vivieron su mejor noche. Al nivel de otros partidos hubieran causado un destrozo. Con ello y un Aguirretxe que sacó ventaja del retorno de Fontás le bastó a los de Moyes para adelantarse en dos ocasiones. Mientras al Celta, con un Aspas caramelizado, también le sobró para igualar y enviar el empate a los minutos finales.
Ahí se hizo la diferencia. Los de Berizzo tuvieron la ambición suficiente para perseguir la victoria cuando otros hubieran dado por bueno el empate. Porfió el triunfo hasta el final aún a riesgo de hipotecar el punto a un chispazo de Vela, mientras la Real prefirió que el éxito se topase con ella antes que ir a buscarlo. El fútbol, esta vez, premió al Celta y al Tucu, eternamente cuestionado. Con su zapatazo se habrá despojado de un buen saco de presión y unas cuantas críticas. Su juego, más allá del gol, comienza a colmar las expectativas que se generaron cuando Torrecilla fue a buscarlo a Chile. Excelente noticia.
Se cumplía ayer un año de la gesta del Camp Nou. Doce meses de un partido inolvidable inicio de una racha nefasta. La situación hoy es mejor incluso que aquella y las previsiones más halagüeñas que entonces. El Celta es 3º tras 10 jornadas en las que solo ha perdido 1 partido y ha logrado 6 victorias. Lo ha hecho también en su fase más exigente del campeonato, en la que ha visitado estadios como el Sánchez Pizjuán, el Madrigal o Anoeta, y ha recibido en Balaídos a los dos grandes cocos del torneo. Se espera y confía en que la lección esté aprendida y, aunque sujetos a cualquier racha negativa lógica y normal, el desplome del año pasado no se vuelva a repetir. Costó el acceso a Europa a un equipo que hoy vuelve a ser aspirante. Fuera vendas. Soñar con el billete continental no es un exceso, sino más bien una realidad. No es justo exigirlo, pero sí intentarlo. Y vista la ambición de este equipo, no debe haber dudas de que así lo harán.
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