El jugador hecho club


MARTA G. BREA

Pocos, muy pocos han conseguido lo que Iago Aspas. Basta echar un vistazo a las reacciones del celtismo a su sorprendente fichaje. Ilusión, ilusión y más ilusión. Una inmensa mayoría lo aplaude y lo acoge como la mejor noticia que el verano podía brindar. Su despedida, aunque comprendida y esperada, dejó una sensación de orfandad. Con su vuelta, imprevista, el vacío se llena. Balaídos recupera a su héroe, a su referente, al chico que juega en el campo con la misma pasión con la que el aficionado sufre en las gradas. 

Y es que no hay comparación posible en la historia reciente. Gudelj fue un tesoro adoptado, un bosnio cautivado por la ría cuyos goles y carácter enamoraron a todos hasta convertirse en patrimonio actual del club. Mostovoi, un genio ruso que regaló tardes de excelencia y que trasladó al equipo hasta la élite del fútbol europeo. Ambos descansan en el salón de la fama celeste. Probablemente Aspas todavía no haya accedido ahí, pero su importancia trasciende sin duda al juego.

El tiempo valorará la gestión de Carlos Mouriño. El presente invita a pensar que su mandato será recordado por la vuelta a los orígenes, el regreso a las raíces, el retorno al Celta de verdad, que diría Borja Oubiña. Precisamente el ya ex-capitán compartió con Aspas la condición de abanderados del cambio. Borja era el vínculo con la anterior etapa, triunfadora, aunque alejada de la realidad del club. Iago, el símbolo del nuevo modelo, de la nueva política orientada hacia la casa, hacia A Madroa. Casualidad o no, cuando uno ha decidido colgar las botas, el club ha recuperado al otro. 

El gran valor de Aspas es la empatía. El aficionado se refleja en él, en sus virtudes y en sus defectos. En todo hincha hay cierta dosis de frustración personal. Cualquiera preferiría estar en el campo y no en la grada. Aspas es esa conexión con el verde. Primero, porque es un producto de la tierra, de una Moaña marinera que recoge la esencia gallega en todo su esplendor. Segundo, porque su fútbol es callejero, noble, pasional, sin truco, de patio de colegio. Y tercero, porque ha cumplido el sueño de todos. Todos guardamos fotos sobre el verde de un campo o sobre la arena de una playa, perfectamente equipados, enfundados en esas equipaciones antiguas con las que después acudíamos al estadio. Pero no todos hemos debutado en Balaídos y salvado al equipo de una más que probable desaparición. No todos hemos hecho 23 goles en Segunda para ascender con el Celta a Primera. No todos hemos participado en una permanencia milagrosa que enviaba al infierno al eterno rival. 

Iago Aspas es el jugador hecho club. Ha crecido con el nuevo Celta. Lo salvó de la Segunda B, lo llevó hasta la élite y se marchó cuando parecía que sus botas iban más deprisa que la camiseta. Ahora que su ritmo se ha frenado, mientras el club ha seguido avanzando, vuelve para reencontrarse y conducir al equipo hacia ese último gran salto. Firma cinco años con la ambición de colarse en ese salón de la fama, de ser eterno, de conseguir lo que Gudelj o Mostovoi lograron -Europa- y quién sabe si cruzar también esa frontera infranqueable que para ambos fueron los títulos. Pero siempre a través de la nueva vía, lo originaria, la del Celta de siempre, la de Hermidita, Manolo o Vicente. La línea que ha recuperado a la grada, reconciliando a los más viejos y sobre todo captando a los más jóvenes. La idea que, hoy más que nunca, hace que los celtistas estemos orgullosos do noso e dos nosos.

0 comments:

Publicar un comentario