El brazalete silencioso



RICARDO GROBAS

De Oubiña recuerdo muchas cosas. Para los de mi generación, benjamines en los tiempos de Salgado, Couñago o Coira, Borja fue el primer gran canterano del Celta. Ese ser extraño venido de un sitio llamado A Madroa, donde se duchaban jóvenes promesas pero pocos se vestían de futbolistas. Mazinho, Makelele, Jayo, Giovanella, Vagner o Luccin fueron el centro del campo de mi infancia. No había hueco para alguien de la casa. Lo fabricó la necesidad, como suele ser habitual. 

Irrumpió en Mestalla, aunque mi memoria lo asocia a Highbury. Aquel día, en la despedida del sueño de la Champions, se presentó para quedarse y abanderar la recuperación de un club alejado de su identidad. Su carrera, obstaculizada por la rodilla, ha caminado paralela a esa reconstrucción. Piedras, baches y más piedras. Ha tenido que parar aquí, mientras el equipo sigue creciendo. Pero su labor ha ido más allá del terreno de juego, siendo emblema de una nueva idea de club sustentada en ese lugar desconocido hace unos cuantos años: A Madroa.

Su fútbol fue como él: discreto, silencioso, pero relevante. Muy relevante. Debutó con Lotina, aunque fue Vázquez quien le entregó las llaves del centro del campo. En un 4-1-4-1 para que lucieran Jandro y Canobbio, Oubiña fue el sostén de todo el engranaje. Inteligente como pocos, no precisaba correr más de la cuenta. Abarcaba muchísimo campo, entendía a la perfección la táctica del juego y no le faltaba técnica para darle velocidad. Era un hombre de pocos toques, de elegir el pase necesario antes que el vistoso. Sabía que el balón siempre iba a correr más que él.

Segunda le quedó pequeña y rápidamente se puso a la altura de Primera. Convivió con Iriney, pero continuamente daba la sensación de bastarse él solo para gobernar la medular. Fue parte importante de aquel Celta de los 64 puntos que rozó la Champions y terminó jugando Uefa. También de lo poco potable del mismo equipo que acabó descendiendo. Popular o no, tomó la decisión de hacer las maletas. Así se lo pidió Luis Aragonés, convencido de su capacidad para acompañar a los Xavi, Iniesta, Senna y compañía en busca de la Eurocopa. Al final fue De la Red, otro hombre sin fortuna, el que tuvo su premio antes del calvario. Buscando el cielo, Oubiña encontró el infierno.

Si Kuyt no hubiera presionado ese balón en Anfield, quizás la historia sería otra. Quizás ni siquiera estaría escribiendo esto. Fútbol-ficción. Su vínculo con el club hubiera quedado ligado a tres temporadas y media. Nada más. Por suerte, se tomó una decisión que en su día no entendí pero hoy agradezco. Oubiña recibió un trato único, de emblema. Se le esperó como nunca se había esperado a nadie. Cuatro temporadas de paciencia y fe. Incluso su foto compartía lona con antiguas leyendas. Sin desmerecer al futbolista, resultaba algo excesivo. No lo comprendía. Tardé tiempo en entenderlo. Y es que en lugar de honrar su pasado, el Celta estaba cimentando su futuro.

No voy a mentir. No confiaba en su vuelta. Sólo había visto al gran Ronaldo superar dos operaciones de rodilla. Pero lo consiguió. Regresó con Herrera. Adelantó a los López Garai y Bustos y se hizo con el timón del ascenso. Recuerdo un partido ante el Murcia en Balaídos, ya iniciada la segunda vuelta, cuando tuve que rendirme a la evidencia y mostrar excusas. Había vuelto, superando dolores y críticas. Cual ave fénix, resucitó para repetir su primer éxito: un ascenso.

Sin sustituto, lo jugó todo en la vuelta a Primera. Era el insustituible. Sus ausencias provocaron despropósitos en Vallecas, Pamplona o Getafe. Hizo el gol de la esperanza ante el Barcelona e inició el tanto mágico ante el Espanyol. Cumplió el objetivo de regresar a la élite años después de perderla de vista. El último gran reto conseguido. 

El tiempo le regaló una temporada más, marcada por su decadencia, meses antes de una nueva operación ya sí definitiva. Obligado a decir adiós, se despide mañana desde la grada. Su brazalete siempre ha tenido pocas palabras. Nunca ha sido un capitán al uso, de emociones exteriores y tono elevado. Quizás por eso nunca ha encontrado el corazón de todos. Ha preferido dar ejemplo con hechos, con fútbol, en silencio. Sin levantar la voz ha sido reflejo para los jóvenes, vínculo con un pasado exitoso pero alejado de la realidad del club, y primer paso de esta nueva etapa. Bisagra entre el antes y el después, entre la defensa y el ataque. Un mediocentro en todos los sentidos. Gracias capitán.

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