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Foto: Pepe Andrés |
Qué belleza tuvo, por imperfecto y corajudo, el partido que en la
noche de ayer planteó el Celta contra el Real Madrid. Y esa belleza,
como si fuese contagiosa, se trasladó a la grada y a su forma de
protestar. Qué rebelde fue el celtismo en un partido tan difícil,
qué irónico se mostró ante el destino y qué lleno de valor estuvo
todo lo que hicieron los jugadores, la grada y los orgullosos
militantes de este equipo que bien podría resumirse en una idea
política: la de no conformarse con lo establecido.
El Madrid, ese equipo 'señorial' y 'glorioso' terminó alineando 6
defensas en el campo para defender un 2-4 ante las acometidas
celestes que no cejaron de repetirse hasta que Pérez Montero, un
hombre superado (¿o quizá adaptado a?) por las circunstancias,
silbó el final del encuentro. Se quedan cortos esos tópicos del
'morir de pie' o 'hasta que el cuerpo aguante' para definir las
heroicidades y el orgullo que los pupilos de Berizzo desplegaron
durante los noventa minutos de un encuentro que los castigó de
manera injusta. Los madridistas se irán felices porque ganaron y
alimentarán su clasismo como tantas otras veces lo han hecho para
satisfacer su egolatría y sus ganas de mirar a los demás por encima
del hombro. Los celtistas, mientras tanto, nos vamos orgullosos de un
equipo que lucha y ataca, que no especula ni ejerce las trampas, que
se ilusiona por conseguir a través del fútbol una victoria que
llene de coraje a su gente.
No hay duda de que la primera parte, lastrada por los marcajes al
hombre y la movilidad de los millonarios (en valor y en sueldo)
jugadores del Real Madrid, fue casi suicida. Pero quizá por ello el
Celta pudo marcar dos veces, una de ellas para ponerse por delante en
el marcador merced a una genialidad de un inspiradísimo Nolito.
Faltó quizá el temple de otras ocasiones, el ansia pudo a la
frialdad de controlar el partido y el resultado al descanso fue un
engañoso 2-3 que no reflejaba, como sí hacía el 2-2, lo propuesto
por ambos equipos.
La segunda parte, ahí sí, fue el verdadero acto de rebeldía. Con
una presión infinita, los jugadores celestes dominaron el balón y
buscaron el arco de Iker Casillas sin descanso. Solamente hubo un
equipo que quiso jugar y el otro, ayudado por un arbitraje
bochornoso, tuvo que replegarse y buscar el contraataque como un
equipo pequeño (que no un pequeño equipo) para matar la ilusión,
cual frío puñal, del que puso las ganas y el pundonor. ¿Quién
hubiera dicho que los pequeños serían aquellos que muchos dicen que
vienen de otra galaxia? Lo terrenal y lo imperfecto, casi siempre,
tienen el encanto de lo que es cercano y sentido.
Así que dos penaltis no pitados después hubo de sentenciar
Chicharito ante un fallo defensivo de los vigueses. Un jarro de agua
fría que no congeló, ni lo hará nunca, a un Celta que no se rinde
y se rebela. A un Celta que lucha hasta el final y despliega su
frente de ataque con el orgullo de quien persigue un sueño. Con la
rebeldía del que no da las cosas por sentadas, con la ayuda de una
afición que nunca se rinde y lucha contra el que tiene el yugo, con
las ganas de seguir mejorando siempre. Un acto de fe, de los de
verdad, que reivindica no solo el deporte sino también la vida. Una
forma de pensar, una forma de aguantar.
Que se queden sus copas, su gloria y su señorío. Nosotros nos
quedamos con la honestidad y el trabajo, con todo aquello que nos ha
llevado a donde estamos que, no lo olviden, ¡no es poco! No cabe
otra que sentir orgullo de estos jugadores, de esta ciudad, de esta
afición. De un Celta que siempre será el Celta pase lo que pase.
Vengan buenos, malos o peores tiempos. Seremos 'de provincias', pero
nunca, jamás, nos conformaremos con lo que nos pase. Y, sobre todas
las cosas, no nos callaremos cuando se rían de nosotros ni cuando
nos miren por encima del hombro. Eso, quedó demostrado ayer, es el
celtismo. Sin la necesidad de que se nos llene la boca de palabrería.
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