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Foto: Óscar Vázquez |
Cuando Larrivey marcó el gol de la victoria en el Camp Nou, y mientras el celtismo celebraba entusiasmado la hombrada que estaba realizando el Celta en un campo que no asaltaba desde hacía 73 años, no éramos conscientes de lo que sucedería después. Larrivey se abrazaba a Nolito, y el celtismo era feliz, soñando con un año redondo que le llevara a alcanzar cotas no pensadas a comienzos de temporada.
Nadie suponía en aquel momento que pasarían más de 2 meses hasta que el Celta marcase el siguiente gol, ni que habría que ver 12 horas de fútbol para encontrar el siguiente momento de éxtasis colectivo. 725 minutos de juego, que se dice pronto, pasaron hasta que la pelota volvió a entrar en la portería contraria, impulsada esta vez por la pierna izquierda de Fabián Orellana.
Desde el gol de Larrivey al de Orellana pasaron muchas cosas. Goles anulados, penaltis fallados, tiros al palo, ocasiones falladas de forma incomprensible, porteros que juegan el partido de su vida ante el Celta, penaltis no señalados, expulsiones rigurosas, buen juego y derrotas. 12 horas seguidas de fútbol con esos ingredientes. Se dice pronto, pero se hace eterno.
Orellana rompió al fin la maldición y dejó el maldito récord en 725 minutos. Se salvó el honor de ser el peor equipo de la historia en este apartado, pero para la historia quedarán esos 725 minutos en los que la pelota no quería entrar. Es de esperar que ninguno de los que ahora estamos aquí volvamos a vivir semejante cúmulo de desgracias. Quedará en nuestra memoria, o se olvidará más pronto que tarde. No es necesario tampoco que se lo contéis a vuestros nietos. Que lo busquen en la Wikipedia.
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