"Me llamo Torrecilla, Miguel Torrecilla"


Foto: José Lores
En el auditorio del centro social, 62 accionistas. La asistencia a las juntas decrece conforme mejora el balance deportivo, se sanean las cuentas y se prolonga la paz social. Algunas caras conocidas, como Chema Figueroa y Carlos Pérez. Y media docena de intervenciones, escasas pero prolongadas, suficientes para que la junta dure casi tres horas.

Hay accionistas de intervención clásica, prácticamente ritual, como el accionista de Ribadavia que sigue esperando que el vicepresidente Ricardo Barros le pague la gasolina de una reunión en la sede que el directivo convocó y a la que nunca acudió. Este accionista pidió que al Celta le pitasen árbitros portugueses, en una época en que abundaban los fallos en su contra, y se atribuye la mejoría en este apartado gracias al cartel que llegó a portar en los partidos de Balaídos. "Usted también reclamó que jugásemos en la liga portuguesa", recordó Mouriño.

No falta a su cita el expresidente Rodrigo Arbones, hombre con pedigrí, "celtista, hijo, y nieto de celtistas, bisnieto de promotores del fútbol vigués". Que siempre se dirige en tono cálido hacia Mouriño, aunque difieran sustancialmente en la política económica. Arbones no quiere que el Celta adquiera una sede. "Lo mejor que le puede pasar al Celta es no tener patrimonio". Mouriño le rebate: "Quiero hacer un club, un club, un club, no un equipo deportivo, que sería lo más fácil".

Al director deportivo, el accionista Francisco Alonso Amoedo lo suspende y le recomienda que se someta a "formación acelerada" en el Oporto, que "compra barato y vende caro". Claro que se dirige insistentemente a Tordesillas. El ejecutivo regresa al estrado "por alusiones" y establece: "Torrecilla, me llamo Miguel Torrecilla", antes de enumerar lo que se ha gastado el Oporto en fichajes este verano.

Habrá un accionista que reclame menos juego bonito y más aptitud defensiva y la contratación de los mejores entrenadores para ganar algún título. Y que opina que el Celta se merece un estadio nuevo, de entre 80 y 100 millones, costeado por las administraciones.

Mouriño está intenso en el discurso, se arremanga en todos los debates, pero también elude uno espinoso. El representante del colectivo Nos, visto que no le contestaron su carta, pregunta si Mouriño, como se dijo en su momento, firmó el indulto a favor de Del Nido, en la cárcel por corrupción. El presidente recuerda que es directivo de la Federación Española a título personal y esa petición de indulto se hizo a nombre de la Federación tras una votación. "Soy demócrata. Si hay una votación, pierda o gane, la acepto por igual". El sentido de su voto permanece en secreto.

Aunque nada tiene que ver esta junta con las iniciales del mandato de Mouriño, la inminencia del partido copero aprieta y algunos, desde la platea, abroncan a los que más se extienden. Barros le señala el reloj a Alonso Montero o le dice "tú no estás bien" y este brama contra él (el presidente pide perdón por el gesto de su directivo); Rosendo bracea cuando el representante del colectivo Nos pregunta por el indulto a Del Nido. Es Mouriño quien atiende lo que todos le dicen, sin parpadear, y concluye: "No dejen nunca de criticarnos".

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