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Foto: Lalo R. Villar |
Ni Gil Manzano detuvo el penalti que lanzó Nolito ni Juan
Ignacio Martínez desvió el espectacular lanzamiento de falta de Orellana que
terminó por estrellarse en la cruceta. Y, sin embargo, el dúo que ambos
protagonizaron fue determinante para que el Celta, una semana más, se fuese de
vacío en cuanto a goles y puntos. El primero por demostrar, una vez más, su
falta de personalidad a la hora de dirigir un partido y el segundo por todo lo
contrario.
Era peligroso que el Almería, un equipo en coma profundo,
llegase a Balaídos bajo la batuta de JIM, un entrenador realista y peleón que
llevó a un Levante cogido con alfileres a cotas insospechadas en su día. Así
que lo que hizo el entrenador visitante fue esperar y jugar, a todos los
niveles, con la ansiedad de un Celta en estado de shock permanente al que los
partidos se le hacen demasiado cortos. Un Celta, el de Berizzo, que juega y
ataca como si todos los minutos fuesen el último, como si a cada aliento
expirado determinase un fatídico final perpetrado desde el primer gol en
contra.
Solamente de esa forma se entiende el abuso del juego por
banda con improductivos resultados. Demasiados centros, demasiado balón ‘a la
olla’, demasiada poca inteligencia a la hora de atacar por derribo. Poca
paciencia, en definitiva, es lo que mostró el equipo olívico ante un rival
apretadito atrás y con velocidad a la contra. Consecuencia de dichos aspectos
nació el único gol del partido, empujado por Hemed tras cesión incomprensible
de Fontàs a su propia portería. Pero el desastre ya venía fraguándose antes: córner
a favor que se convierte, por mala colocación y falta de intensidad en la
transición, en una contra peligrosísima por parte del Almería. No es la primera
vez que pasa y por ello cabe reflexionar. Hablamos de una situación que le
ocurre a este Celta una o dos veces por partido.
La sensación de impotencia se incrementó en el segundo
tiempo con el larguero de Orellana y el penalti marrado por un desquiciado y a
partir de ahí ausente Nolito. La para bien Julián, pero el delantero andaluz
hace poco por engañarlo y telegrafía demasiado el disparo a media altura. A
partir de ahí el Celta se desesperó y fue entonces (aunque ya había dejado su
sello antes) cuando Gil Manzano quiso erigirse como protagonista ejerciendo de
cómplice almeriense. La pérdida de tiempo del equipo de JIM, premeditada y
practicada desde el minuto uno, tuvo en el bueno (perdonen el chiste) de Gil a
su mejor aliado.
Porque no es normal, aunque se haya construido así el fútbol
en nuestro país, que un portero se dedique descaradamente a perder tiempo a
cada saque de puerta. Tampoco es normal que, sabiéndolo y viéndolo, el árbitro
decida no amonestarlo hasta el minuto 87 cuando el pescado estaba ya prácticamente
vendido. Tampoco es normal interrumpir el juego por lesión cuando el jugador
supuestamente afectado ya se había levantado y se reincorporaba al juego
cortando un avance del Celta. Y, ante tal panorama, desde luego que no es
normal añadir solamente cinco minutos. Batallas que parecen perdidas, que no
resultan de errores que dan portadas pero minan, poco a poco, la maltrecha
moral de un equipo que trata de competir. El colofón, como ya todos saben, se
dio en el túnel de vestuarios.
Arbitrajes a parte, este Celta está en colapso. Urge
recuperarlo con el año nuevo o, al menos, urge que cada jugador se reencuentre
a sí mismo desde el orden y la intensidad que parece ya haberse perdido. La
presión no es la misma, el equipo defiende largo, las ideas en ataque brillan
por su ausencia y el balón parado resulta inane a nivel ofensivo. Se ha perdido
fluidez, confianza, alegría en el juego. No sabe uno el porqué de ello, si es
algo físico o mental (me inclino más por lo segundo), pero es evidente que este
Celta del Toto ya nada tiene que ver con el del brillante comienzo de Liga. Por
suerte, los rivales por la permanencia (nuestra verdadera y única meta, que
nadie se olvide) se empeñan en fallar minimizando una racha negativísima: cinco
derrotas consecutivas que, por aquello del colchón, nos bajan solamente hasta
la octava posición en la tabla. Que nadie se fíe: queda mucha tela por cortar.
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