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| Foto: Ricardo Grobas |
Hay jugadores que se esconden cuando vienen mal dadas, cuando el partido se pone feo o la presión es mayúscula. Son la antítesis de Orellana. El chileno puede estar más o menos acertado, pero siempre quiere el balón. Asume la responsabilidad, se echa al equipo a sus espaldas y se lanza cual kamikaze contra la defensa rival en pos de esa rendija que guíe hacia la salvación.
A estas alturas huelga decir que el partido que Orellana hizo ayer no le dio al Celta el fruto esperado, pero no por ello hay que dejar de valorar la tenacidad del chileno, su convicción en sus posibilidades. Cuando el balón llega a su banda es único encarando, capaz siempre de buscar una vía de escape, y si el cuero rueda lejos de su área de influencia se acerca para buscar su cuota de protagonismo. Porque Orellana se siente hoy por hoy importante en el esquema del Celta y de hecho lo es. Cuando el fútbol sonríe, él se une a la fiesta; cuando tuerce la cara, él se afana en cambiar su mueca.




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