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Foto: telecinco.es |
Era clave ganar en
Almería y el Celta lo hizo, pese a algún momento de desconcierto,
con cierta autoridad. O al menos con la suficiencia del que golea y
se siente superior en cada parcela del terreno de juego. Esta vez el
Lucho se abonó a lo esperado, a esa bienquerida normalidad que
otorgan los momentos clave para con las alineaciones titulares. La
única posición que despertaba dudas, al menos al inicio del
encuentro, era la de Krohn-Dehli como medio centro defensivo. Tras la
debacle de Vallecas el que más el que menos reconocía cierto miedo
en la faceta defensiva en caso de que los celestes no dominasen el
balón.
Y los primeros
compases del encuentro así lo quisieron: el Almería, obligado por
la necesidad, salió en tromba y se comió el medio del campo a base
de empuje. Sin crear ni convencer, pero con el peligro creado en
segunda jugada por un Rodri que una auténtica pesadilla para Fontàs
y Cabral. Tras un disparo que pasó muy cerca del palo, la madera
terminó por repeler su segunda intentona tras ganar balón aéreo a
la zaga del Celta. No se encontraba el equipo del técnico asturiano
ni en el juego ni en la sensación, como si el calor del mediodía
dominguero obligase más a la siesta que al esfuerzo.
Pero lo que
hicieron los pupilos de Francisco no fue más que un pequeño
espejismo de lo que realmente terminaría siendo el partido. En vez
de presionar y poblar el medio del campo, parcela en la que el Celta
podría sufrir si era apretado, decidieron esperar atrás partiendo
el equipo en dos ya que sus delanteros sí se mataban a correr en
busca del balón. Un hueco que aprovechó el mediocampista danés del
Celta para hacerse notar. Suya fue la manija y en ella estuvo la
clave del partido. Campando a sus anchas encontraba a un Rafinha de
sutiles pinceladas y a un Álex López de brocha gorda. Con más o
menos a cierto, pero los olívicos comenzaban a encontrar a Nolito,
Charles y Orellana. Soberbios los tres en la mañana de ayer, tarde o
temprano tenía que llegar el gol.
Llegó porque
Rafinha inventó y Nolito insistió. Su remate raso tras caño del
brasileño se coló cerquita del palo sin que nada pudiese hacer el
ex-céltico Esteban. Lo más difícil ya estaba hecho y la sensación,
tras sendos disparos de Álex López, era la de una goleada en
ciernes. Pero ya se sabe que este equipo tiende a dispersarse de vez
en cuando y el Almería, que estaba más que grogui, despertó en un
despiste a balón parado (otro más). Rodri, voluntarioso y peleón,
marcó a puerta vacía desde el suelo cambiando el partido
completamente. El empate era tan increíble que el Celta tardó en
creérselo. No así los locales, que creyeron tanto que casi se van
con ventaja al descanso. Suerte tuvieron los once celestes de no irse
con otro gol al entretiempo.
El Lucho, viendo
que la falta de intensidad en el medio era cada vez mayor, sentó a
Álex López a la reanudación para introducir a un buen Madinda. El
problema de la tensión para presionar se resolvió gracias a un Levy
que va creciendo y madurando poco a poco. Desde que el árbitro
señaló el inicio de la segunda parte solamente hubo un dueño de
esos 45 minutos que restaban. El Celta presionó arriba y adelantó
líneas, sabedor de que ganar este partido era certificar casi
definitivamente la ansiada permanencia. No salía el Almería de su
campo (por no decir de los vestuarios) y los visitantes ya se sentían
muy superiores. La diferencia era abismal. Nolito y Orellana
intercambiaban posiciones y volvían locos con sus regates a los
defensores andaluces. Y Charles, ídolo y profeta en el Juegos del
Meditarráneo, remató con corazón la asistencia de Manuel Agudo. Un
1-2 merecido que sería únicamente el preludio de la goleada.
Llegaron el 1-3 y el 1-4 de forma casi idéntica, rompiendo el Celta
entre líneas a una defensa muy floja. Se hacía justicia en el
marcador por lo visto en el terreno de juego y tras el jolgorio
vigués quedaba tiempo para el golazo de otro viejo conocido, Óscar
Díaz. Zapatazo a la escuadra que de poco sirvió a los almerienses.
Otra vez en
Andalucía y la permanencia casi sellada. El principio de un final
feliz que parecía no llegar pero que ya está aquí. El celtismo
puede estar contento porque los sufrimientos del pasado curso son ya
fantasmas del pasado. Quedan cuatro partidos para certificar otro año
en Primera y disfrutar de un equipo que no puede hacer más que
crecer en el futuro. Habrá mucho que mejorar, como siempre, pero ya
se sabe que es mucho más fácil hacerlo desde la tranquilidad que
otorgan los buenos resultados. Y que duren mucho tiempo.
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