La Otra Crónica: balón desastre


Foto: Pablo García
Campo maldito, derrota segura. Eso pensaban muchos a la hora señalada en Vallecas, lugar en el que el Celta se jugaba la tranquilidad en una temporada que, sin duda, hay que calificar de irregular. Y es que no le coge el punto ya desde los años noventa el Celta a este Rayo que parece que todo lo puede en su vetusto pero caliente estadio. Ni los más de quinientos celtistas repartidos en el viejo barrio madrileño pudieron erguir a su equipo en una noche a la que el calificativo 'nefasta' se le queda muy corto.

Arriesgaba el Lucho, fiel a su estilo durante la temporada, situando una vez más a Krohn-Dehli en el pivote defensivo. Pero esta vez ese riesgo sí era patente. Porque lejos de jugar a la vera de Balaídos, en ese campo ancho y de césped cortito hecho para el dominio local, los del técnico asturiano se enfrentaban a un campo pequeño y acostumbrado a la presión. No era la mejor idea ante un Rayo que Paco Jémez madura cada vez más alejándolo de la inocencia ofensiva de sus peores momentos. Quizá la opción acertada no era dominar, sino esperar.

No esperó el Celta y quizá desde ahí comenzó a cavarse su propia tumba. Quiso llevar la iniciativa y de hecho lo hizo, pero con resultados inertes y pobres de cara a la portería rival. Mucha conducción, mucho pase lateral y pocas intenciones hacia el arco local. El Rayo, por contra, mucho más práctico. Sabedores de los defectos del Celta, buscaron la lucha en el juego aéreo y la intensidad por momentos desmedida. La poca protección que tenían Krohn-Dehli en el centro del campo fue la grieta que los vallecanos dinamitaron sin dudarlo ni un momento.

Iago Falque, acostumbrado a complicar al equipo de su ciudad, hizo prácticamente lo que quiso en la primera parte con un Hugo Mallo que no recibía las ayudas habituales de un Orellana perdido en la banda derecha. Por ahí, y por la superioridad cabeceadora de Larrivey ante Fontàs, comenzó a construir el plácido triunfo el Rayo. El Celta seguía teniendo el balón y descontando una ocasión clara a balón parado que no pudo finalizar bien Iñigo López, la peligrosidad celeste se medía con el termómetro empapado en frialdad. A los madrileños les llegó con asustar y aprovechar una cadena de despropósitos para adelantarse. Sin haber hecho mucho ruido, pero mordiendo a las primeras de cambio.

El 1-0 se posó como una losa inamovible en las espaldas de un Celta que quería pero no podía. Es difícil afirmar que los vigueses hicieron un mal partido en lo que se refiere a su estilo y al movimiento de la pelota. Simplemente no era el día, el escenario ni el rival adecuado para jugar de esa forma. Trashorras se hizo con el mando y Rafinha lo intentó. No era su día, como tampoco el de Yoel. Primer fallo achacable a su responsabilidad total en lo que va de temporada que supuso el 2-0 y la mutilación definitiva de las esperanzas célticas en el partido. El guion poco cambió de una mitad a otra: el Celta moviendo el balón e intentándolo y el Rayo a lo suyo. Intensidad, juego directo y buen criterio con el balón en los pies. Se les puso tan de cara el partido que hasta Jémez se permitió hacer cambios defensivos cuando llegó el definitivo 3-0.

Lo intentó Nolito con insistencia y también con infortunio, superado por la defensa rayista e incluso por un árbitro que barrió para casa y le amonestó por un penalti de libro. Poco habría cambiado ya que el Celta había sido derrotado de forma clara y justa. El equipo adolece en el último mes no ya de falta de gol, sino de falta de peligro. Charles, agredido vergonzosamente por el expulsado Rat, apenas pudo hacer más que pelearse con todo el mundo. Juego que ni le conviene a él ni le conviene a un Celta que se vuelve a meter en la zona peligrosa tras la oportunidad clara de finiquitar la permanencia. Tocará seguir remando, pero cada vez con menos jornadas y con más igualdad.

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