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Foto: EFE |
Paco Jémez sería feliz si cada semana tuviese que enfrentarse al Celta. Nadie le entra al trapo de manera tan desmedida. El Rayo Vallecano, para lo bueno y para lo malo, es el equipo más transparente de Primera División. Vive entre el hermoso romanticismo de mantenerse siempre fiel a una idea independientemente de cuál sera el rival y el suicidio absurdo al que a veces le conduce esa conducta. Sus rivales saben perfectamente cómo va a comportarse y son conscientes de que en su afán ofensivo suele estar su perdición. Salvo el Celta. Luis Enrique en los dos partidos contra los vallecanos de esta temporada envió al equipo a jugar la clase de partido que mejor se adapta a la idea de Paco Jémez. Intercambio de golpes, intensidad, presión, llegadas constantes al área y muchos metros para que el Rayo pudiese correr. Lo hizo en Balaídos y también ayer en Vallecas. Ambos acabaron con derrota del Celta, la prueba de que ayer tal vez Luis Enrique tenía que haber frenado un punto su ansia y haber jugueteado con la locura del rival y el hecho de que precisamente para ellos el partido era mucho más determinante. Pero optó por conducir el partido a un escenario más alocado, justo lo que prefería su colega de profesión.
el medio desprotegido
Luis Enrique repitió la fórmula -utilizada casi siempre en casa- de situar a Krohn como pivote defensivo. Una idea de por dónde iban los tiros. Rafinha y Augusto le acompañaban en esa línea. Ese planteamiento obliga a extremar la colocación y la solidaridad de los que primero tienen que replegar. Fallaron ambas cosas. Convencidos de que el partido se instalaría en un permanente intercambio del golpes los futbolistas se preocuparon mucho por correr hacia la portería rival y muy poco hacia la propia. El resultado fue el abandono de Krohn, que se las vio y deseó para abarcar todo el campo que requería la situación ante futbolistas con talento para dar un pase en largo o jugarse un uno contra uno. Eso facilitó que con el paso del tiempo los ataques del Rayo tuviesen cada vez peor aspecto.
Unos carteros
Otro de los grandes problemas del Celta en ataque fue el abuso de la conducción que realizaron muchos de sus futbolistas. Muy sangrantes los casos de Rafinha -a quien se nota que aún no ha alcanzado el nivel físico de hace unas semanas- y de Augusto convertidos en "carteros" que parecían querer entregar el balón en mano a sus compañeros. Eso complicó la capacidad de sorpresa y facilitó el trabajo defensivo del Rayo. De poco le servía al Celta acumular gente en ataque si el balón pocas veces les llegaba con rapidez y en situación de ventaja. No es de extrañar que Nolito y Orellana -penalizado otra vez por ocupar la banda derecha-apenas tuvieran capacidad de desborde. Casi siempre se encontraban a la defensa rival perfectamente colocada, algo de lo que el Celta no podía presumir precisamente. Los boquetes se iban agrandando y era más complicado taponarlos.
el infortunio
De todos modos, este partido también hay que valorarlo en función del momento y del modo en que el Rayo consiguió hacerle daño al Celta porque sus goles siempre llegaron en jugadas en las que la fortuna no estuvo precisamente del lado de los vigueses. El primer gol nace en un resbalón de Hugo que deja abierto el pasillo en su lateral para que entre Falque, cuyo centro coge una parábola extraña tras ser desviado por Rafinha y finalmente Iñigo López desvía a gol el disparo de Rochina. El segundo gol es una tragada de Yoel -otra veces responsable de buenas noticias- y ahí se murieron las opciones del Celta que a partir de ese momento hizo un intento por salvar la cara que solo sirvió para acumular más decepciones y llevarse algún porrazo incomprensible como le sucedió a Charles al que le partieron la nariz en una acción intolerable de Rat.
los cambios
Tampoco encontró Luis Enrique en el banquillo la opción de cambiar el partido. Cuando en el descanso optó por devolver más solidez al medio con Alex López por uno de los tres puntas llegó el segundo gol que dejó el partido muy desnivelado. No dio tiempo a comprobar la efectividad del movimiento del entrenador del Celta. Son las cosas que suceden en Vallecas donde nunca se puede esperar un golpe de suerte. La poca que tenía reservada la historia se agotó el día que marcó Cellerino.
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