![]() |
Foto: Óscar Vázquez |
Se arrancó el
Lucho con un 'zapateao' y apelando a su dignidad como entrenador
decidió hacer cambios (de nuevo) en el once. Condicionado o no por
la obligada ausencia de Gustavo Cabral, el asturiano extendió tal
influencia de forma un poco exagerada hasta el propio banquillo.
Goldar e Iñigo López observaban cómo David Costas recuperaba la
titularidad y el celtista de a pie se temía lo peor. Costas, con
demasiado tiempo de inactividad a estos niveles (más todavía en un
partido clave) pagó el pato a un precio altísimo.
Entró pues, el
Celta, desnortado en el partido. Persiguiendo a un Málaga que se
sabía mejor su papel. A pesar de que el primero en golpear (y bien
fuerte) fue el equipo local merced a un tiro de Krohn-Dehli que se
estrelló en el palo, la sensación en el partido era bien diferente.
Los de Schuster se sentían cómodos y salían entre líneas
aprovechando una defensa adelantada que ni el mismo Abel Resino se
hubiese atrevido a diseñar. Se percibía el peligro y los andaluces
supieron olerlo: a los pocos minutos ya se adelantaban tras una falta
de tensión enorme a la salida de un córner. Camacho, totalmente
libre de marca, perforaba la red sin mucho esfuerzo.
Se desconectó el
Celta a partir de ese instante. Borja Oubiña, titular otra vez,
nunca pudo hacerse con el timón en el centro del campo y a pesar de
estar más acertado en el pase que en los últimos encuentros, se
quedó a medias en todo. Ni cortó ni apareció, engullido por el
voluntarioso centro del campo visitante. Así, en ese ambiente
enrarecido, apareció sin mucho esfuerzo el segundo gol del Málaga,
segundo también de Camacho. Venía el Celta esta temporada jugando
con fuego en las jugadas a balón parado colindantes con la frontal
del área. Defensa zonal y línea adelantada que dejaba siempre en
fuera de juego a la ofensiva rival. Pero, ¿qué pasaría el día que
el mecanismo no funcionase?
El partido de ayer dio la esperada
respuesta: jugador de segunda línea que entra completamente solo y
cabezazo a placer. Quizá castigo excesivo, pero sin duda correctivo
adecuado al insustancial partido que estaba haciendo el equipo
vigués. David Costas, perdido y amedrentado por las excelencias de
un jugador como Roque Santa Cruz, desajustó la defensa en más de
una ocasión y el equipo era un manojo de nervios. Poco antes del
descanso, insistiendo por la banda de un buen Nolito, pareciera
reaccionar el equipo. Pero sin ocasión clara que llevarse a la boca
llegó el descanso.
La segunda parte
comenzó y acabó en Rafinha. Se fue Oubiña para que entrase él,
tras desaparición forzosa las últimas semanas por lesión. Cambió
un poco el Celta, pero con un guion que ofrecía poco suspense y que
sonaba no ya a película de serie B, si no a refrito de serie Z. Una
versión reciclada de otros partidos de esta temporada: mucho balón
y poca intención. Ni la auto-expulsión de Duda consiguió balancear
las cosas. El Celta tocaba y tocaba pero el muro andaluz no se
derrumbaba. Ni siquiera se movía un poquito. La sensación de
peligro por parte de los olívicos era inexistente.
Patada a Rafinha
por aquí y pérdidas de balón por allá. Los minutos pasaban y el
partido no tenía ya mucho que ofrecer. El Málaga hizo su partido,
consciente de que solamente tenía que aguantar y esperar su contra.
Esta no llegó a materializarse por falta de efectivos, pero Santa
Cruz seguía a lo suyo oxigenando a sus compañeros con exquisitos
controles de espaldas. Solamente al final, con el partido agonizando
de sopor, llegó el Celta a inquietar a Willy Caballero. Un tiro de
Madinda, un penalti no pitado a Rafinha y una ocasión de Nolito que
se fue por mucho.
Poco bagaje y
muchas dudas. Partido para olvidar y una cita menos para conseguir un
objetivo que, al estar tan cercano, se ve con más ansiedad que
nunca. Difícil racha la que viene, con visita al Camp Nou incluida,
en la que el Celta tiene que mantener la calma y jugar al juego que
sabe. Y, cuantos menos experimentos, mejor.
Sígueme en
Twitter: @germasters
0 comments:
Publicar un comentario