Fue lo que tardó el partido en morir, lo que tardó el Celta
en inmolarse. 120 segundos, dos minutos que echaron a la basura 90 y congelaron
a una afición disgustada ante la pérdida de un desenlace emocionante por el que
no quiso esperar Villa. Un partido notable, disputado de poder a poder entre un
humilde que jugó como un grande y un nuevo grande que propuso un fútbol de lo
más humilde. La diferencia, como tantas otras veces, estuvo en los detalles.
Decía Cruyff que el fútbol es un juego de errores. El Celta tuvo dos no
forzados y los pagó con la derrota. El Atlético, sin necesidad de proponer nada
sobre el césped más allá del orden defensivo, esperó paciente el fallo y
ajustició sin piedad.
Una auténtica pena,
pues hasta ese momento los celestes hicieron méritos para recibir un premio
distinto. Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, dominaron a su
rival a través de la pelota y de una presión asfixiante en campo contrario. Por
momentos embotellaron a un Atlético que lo fió todo al contraataque. Cabral y
Fontás, soberbios, no dieron opción. Tampoco Oubiña, que recuperó la
titularidad firmando un partido correcto tanto en la elaboración con en la
destrucción. Todas las tentativas atléticas llegaban por banda derecha, donde
un buen Jonny sufría la pereza defensiva de Nolito. Hugo Mallo no tuvo problemas
por el otro costado. El mismo equipo que había desarbolado al Celta 19 fechas
atrás apenas tuvo opción de anotar anoche. Más allá de dos fallos puntuales, el
primero individual de Jonny y el segundo quizás fruto del golpe anterior, la
solidez defensiva celeste no está en duda.
Más problemas hubo
en zona ofensiva. Faltó frescura en los últimos metros, esa chispa necesaria
para decantar el partido. Posiblemente la baja de Rafinha tuvo que ver. Tampoco
ayudó la temprana amarilla de Charles, el día gris de Orellana o el mal momento
de Nolito. El gaditano, pese a intentarlo por activa y por pasiva, consumó otro
mal partido. La temporada se acaba y no termina de dar ese plus por el que se
pagaron 2’6 millones de euros.
Del que nada se
espera ya es de Wellinton. Se va a cumplir un mes y medio desde su llegada y
todavía no ha tocado un balón como jugador del Celta. O mucho cambia el
panorama, o pinta a nuevo fracaso de la dirección deportiva. Ninguno de los dos
fichajes de invierno está teniendo el mínimo protagonismo. Aunque si bien Íñigo
López sufre el buen estado de forma de Cabral, lo de Wellinton no tiene defensa
posible. Anoche, con el partido en contra, Santi Mina volvió a ser la elección
de Luis Enrique, lo que puede dar una idea del estado de forma del futbolista
brasileño.
Nervios, nervios y más nervios. El celtista es así. Hace cuatro días confiaba en pelear por la Europa League y ahora ve cercano el descenso de categoría. La culpa la tiene el Valladolid. O el Barça. Cierto es que la zona roja está a 4 puntos de diferencia cuando hace dos jornadas se vislumbraba a 8. Cierto también que el equipo transmite sensaciones opuestas a las que suelen emitir los proyectos de Segunda. El que quiera dramatizar puede, pero tanto la clasificación como el juego dan motivos para hacer justo lo contrario. No está hecho, no lo estaba después de ganar en Villarreal. El Levante es la siguiente parada de un barco que no se hunde pero al que ya no le sopla el viento de cara. Volverá a cambiar de dirección. Seguro.
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