Cuarenta y un días de zancadas largas


Foto: Ricardo Grobas
La vida le ha cambiado al Celta en 41 días. De verse el 6 de enero con el envenenado regalo de caer a la zona de descenso tras perder en el Bernabéu, a hacerse un sitio entre la clase media de la Liga.

Pese a la postrera y abultada derrota de la festividad de Reyes, ese día se presentó en sociedad el nuevo Celta, el que ahora camina con pasos largos hacia la salvación. Luis Enrique aprovechó el parón navideño para dar una vuelta de tuerca imprescindible. No renunció a su idea de juego, que equivaldría a cortarse las venas en su ideario de fútbol, pero ajustó la defensa, juntó las líneas y comenzó a aplicar la lógica. A buscar soluciones a piezas que no terminaban de encajar. Dejó los juegos florales en la retaguardia y metió músculo, intensidad y defensas.

Y sin dejar a un lado los ataques de entrenador, que en alguna ocasión ha llevado al límite, ha acertado en sus últimas decisiones. Pasando del sarao de Getafe en la primera vuelta a la obra maestras del día del Athletic. Quizás el mejor partido que se recuerda en Balaídos en mucho tiempo.

A la par, emergió un Rafinha descomunal. Como principiante que era, pagó un peaje de tres meses para adaptarse a la categoría, pero una vez encontrado su sitio, comenzó a soltarse para convertirse en el rey del uno contra uno (de la Liga de los pobres). Y arriba, la pelotita, tan caprichosa ella, ha comenzado a entrar. Lo que antes exigía diez ocasiones por partido, ahora se basta con tres.

El cóctel ha provocado un efecto multiplicador. Por la confianza que ha generado en la plantilla y en el celtismo, que ha pasado de aventurar otro curso repleto de sufrimiento a pensar que la tranquilidad también es posible. Aunque sin descuidarse, como avisó Nolito. Con 29 puntos no está permitido distraerse del objetivo. Que los elogios no sean la puerta de regreso a las tinieblas de la tabla.

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