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EFE |
Que la Copa del Rey era concebida como poco menos que un
estorbo en el seno del club celeste era algo que no se le escapaba a nadie. Que
el equipo iba casi a entregar la eliminatoria en el partido de vuelta tras un
resultado positivo en la ida, sí. Como todo en la vida, hay formas y formas. El
Celta eligió caer con estrépito, repartiendo regalos al rival y acariciando el
ridículo. Pareció competir brevemente durante tramos de la primera mitad, pero
dos errores individuales lo condenaron a una segunda parte con un marcador en
contra y que, de nuevo por demérito propio, tuvo que vivir con un hombre menos
por la expulsión de Hugo Mallo. Entonces ya fue pan comido para el Athletic.
Había poco que perder en la Copa, principalmente la imagen. Y se perdió.
Luis Enrique, como
viene siendo habitual, sorprendió de inicio. Primero, por situar a Rubén Blanco
en portería en detrimento de Sergio. Segundo, por insistir con Toni en el
lateral y repetir con Krohn-Dehli en el pivote. No le pudo salir peor. Del
coruñés, poco resta por decir. Ni es lateral ni tiene pinta de que lo vaya a
ser nunca. Sus cualidades son otras. Su fallo en el marcaje costó el gol de
Susaeta al borde del descanso. Antes, un Celta bien plantado disputaba el
choque al Athletic hasta que Krohn-Dehli regaló el primer gol tras no saber
salir de la telaraña en la que él mismo se había enredado. Cierto que no es su
posición. Cierto también que juega con una falta de intensidad alarmante. Lleva
un 2013 pésimo. Por si fuera poco, dos pérdidas suyas propiciaron la expulsión de Hugo Mallo.
El rendimiento del danés es alarmante
sobre todo si lo comparamos con el de Madinda. El gabonés fue quizás la única buena
noticia de la noche. Arrancó como volante y terminó en el pivote. Estuvo bien
en todos lados. Es un futbolista con el que el equipo nunca empeora. Más bien
lo contrario. Es incomprensible que Luis Enrique ahora, y en su día Herrera, le
den tan poca bola. Merece más minutos.
Era esta una semana importante. De momento, el Celta acumula dos goleadas en sus dos viajes a Valladolid y Bilbao. El caer de la Copa podía intuirse e incluso aceptarse, pero no admitirse con esta forma de proceder. Es una derrota que hace daño, que caldea los ánimos y que le resta crédito a un Luis Enrique al que va siendo hora de exigirle un poco más. El equipo tiene que empezar a definirse, a saber de una vez por todas a lo que juega. Osasuna es la gran prueba de fuego. Entonces ya no valen medias tintas. O se gana, o el panorama empezará a pintar muy negro.
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