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Foto: Josune Martínez de Albeniz |
El Celta vivió en San Sebastián una tarde bipolar. Un
partido de esos locos que ‘gustan al aficionado neutral’ pero que desesperan a
cualquiera que más o menos entienda de qué va esto del fútbol. No pudieron ser
más caóticos y desastrosos ambos equipos, especialmente los de Luis Enrique, en
su afán por atacar y desguarnecer su sistema defensivo. No sorprende, por lo
tanto, que el luminoso dictase sentencia con un 4-3 a favor de los donostiarras
tras ponerse los olívicos en franquía con el 1-3 anotado por un gran Rafinha. Y
claro, también estaba Muñiz.
Comenzó el encuentro con la Real Sociedad como un relámpago.
Ya se adelantaba a los cinco minutos merced a un gol del superlativo Carlos
Vela, viejo conocido en Vigo, de la tarde de ayer. Para colaborar pasaba por
allí Gustavo Cabral ofreciendo su habitual fallo por falta de concentración de
cada partido. Hay cosas que nunca cambian. Pero la realidad era que los de
Jagoba Arrasate estaban dando un auténtico baño a los del Lucho. Un gol bien
anulado (aunque no por la posición que el asistente de Muñiz marca como
definitiva) anteriormente ya encendía las alarmas del desastre defensivo que
terminaría siendo el Celta en el grueso del partido.
Pero a veces las casualidades tienen lugar: apareció un
centro de Jony a pierna cambiada que remachó con excelente giro cabeceador
Rafinha a las redes de Claudio Bravo. El Celta empataba en su primera llegada y
apenas podemos adivinar por qué. A los realistas el gol les sentó como un el
golpe al estómago que desfonda al boxeador y desde entonces perdieron el fuelle
que habían demostrado sobradamente en los quince primeros minutos. Como
consecuencia y ya con el Celta sabiendo lo que hacía, llegó la remontada merced
a una gran triangulación entre Nolito, Augusto y Álex López que lanzó a la red éste
último. Escenario perfecto, remontada insólita. La incredulidad se hacía
presente tanto de un bando como del otro. ‘De la que nos hemos librado’, pensarían
los celestes. Pero no.
La segunda parte arrancó igual. La Real con ganas de machacar y
el Celta defendiéndose panza arriba y notando dolorosamente la baja de un Borja
Oubiña que comenzaba a despuntar en el medio campo. Fontás no pudo hacerse esta
vez con la sala de máquinas y la rigurosa tarjeta amarilla vista en la primera
parte condicionó su juego de manera evidente. Pero inexplicablemente llegó el
tercer gol celtista en un balón largo que aprovechó Charles para dejar sólo en
el área a Rafinha. Éste aprovechó bien el cuerpo y batió con certero zurdazo a
un Bravo que no se lo podía creer. Tres ocasiones claras había tenido el Celta
por las innumerables de los vascos y tres goles habían marcado los vigueses. Ahora
sí que era inmejorable. Pero ahí estaba Muñiz, en conspiración con una defensa
hecha un flan, para decir que aquello era demasiado bonito para ser verdad.
Suele ocurrir cuando no controlas los partidos. El Celta se
puso de cara demasiado pronto y la
Real nunca se rindió. Muñiz se inventó una falta en el
lateral del área y Yoel, timorato en las salidas, se dejó intimidar por Vela en
el área pequeña. 2-3 y un mundo por delante. Un mundo que al Celta se le vendría
encima más pronto que tarde con la expulsión, en jugada idéntica pero más
clara, de un Andreu Fontás que pasó desapercibido ante la avalancha realista. Y
como ya hiciera Paco Herrera hace exactamente un año en Vallecas tras la
expulsión de Cabral, Luis Enrique decidió que defender por acumulación era el
camino. Entró David Costas y bastaron un par de minutos para darse cuenta de
que no lo era. Arrasate respondió poniendo a Aguirretxe y el resultado se veía
venir. Ocasiones y más ocasiones. Era cuestión de tiempo y Vela, inspirado y
acertado, marcó los dos goles que oficializaban la remontada. Uno de ellos en
un fuera de juego clamoroso que terminaba de coronar a un Muñiz Fernández del
que apenas se hablará esta semana. No estaban ni Barça ni Madrid de por medio.
Pero no debe el Celta excusarse en el árbitro. No debe y no
puede. Fue inferior y este partido se hubiese perdido nueve veces de cada diez.
No era normal el 1-3 visto lo visto y la realidad se impuso. Los donostiarras
atacaron más y mejor. Estuvieron mucho más intensos y aunque también cometieron
errores defensivos, estos fueron cada vez a menos al dominar el partido con
claridad. El Celta mostró efectividad y la evidencia de que no es un delantero
lo único que hace falta en el mercado de invierno. Lo primero, antes de pensar
en fichar, es saber defender. Y eso es tarea del entrenador.
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