La Otra Crónica: desorden


Foto: Jorge Landín
Venía el Celta espoleado como potro andaluz y al final se quedó simplemente con las ganas. Balaídos sigue resistiéndose y el respetable, cada vez más impaciente, no es capaz de entender el bloqueo que los pupilos de Luis Enrique sufren en su propio campo. Y no es que el partido de ayer fuese un desastre total, pero lo cierto es que este Celta en su propio campo es un manojo de nervios. Un quiero y no puedo que provoca más pronto que tarde un desorden que aprovechan unos rivales carentes de presión a domicilio. Y si encima juegan tan bien como un Rayo Vallecano que era sin duda un falso colista, pues no sorprende tanto una derrota que en el fondo nadie era capaz de contemplar.

Empezó bien el equipo vigués. Repitiendo alineación y con la inteligente propuesta de presión hacia la salida de balón de los de Paco Jémez. Trashorras, antaño héroe celeste y hoy visagra llena de ‘3 en 1’ para beneficio del equipo madrileño, no terminaba de asentarse ante las líneas adelantadas de un Celta que sí incomodaba con criterio en los primeros diez minutos. Así llegaron las primeras ocasiones marradas por Charles y Nolito. La pelota no quería entrar. Sin embargo no se descompuso el Rayo y el Celta sí. Por increíble que parezca.

Los minutos pasaban y cada vez la presión era menos coordinada, más inclinada hacia un desorden que no beneficiaba en nada a los del Lucho. Un caos cada vez más evidente en el que los de Vallecas se sentían muy cómodos. Controlaron el ritmo del partido, guardaron el balón y nunca renunciaron a la portería rival- Así llegó el primer gol, obra de Jonathan Viera tras un balance defensivo celeste que no se puede siquiera calificar como tal. El flanco más débil, aquel que ocupan un Nolito poco generoso en las ayudas y un Toni que no es lateral. No y no. Su partido de ayer es la gota que colma el vaso de la paciencia. Queda demostrado que sus fundamentos defensivos son inexistentes y que el margen de mejora no es tal. ¿La culpa? Repartida. El entrenador insiste y él no mejora. Los pitos, fuera de lugar.


A partir de ese gol la liosa era muy grande. No remonta este Celta. La ansiedad le puede, las ganas se convierten en un demonio que posee las piernas de los vigueses. Si Borja Oubiña tiene una mala tarde, el Celta tiende a no existir. Fallón en los pases, ausente en el corte. Trashorras en su salsa. Y las balas de nombre Iago Falqué, el goleador Viera y un abusón Lass por el flanco derecho, siempre bien servidos. No hubo opción.

El Celta se descompuso y apenas tiró a puerta. Algunas veces con peligro, pero nunca entre los tres palos. Nunca con jugadas claras ni con la sensación de poder romper la frágil defensa rayista. Entró el joven Embarba y evidenció todavía más los problemas de Toni con un centro que cabeceó Larrivey adelantándose a un disminuido David Costas. Del partido, antes y después, solamente se pueden rescatar para el Celta los nombres de un Fontás haciendo lo suyo y lo de Toni y de un Augusto que nunca se rinde. Sus galopadas mostraron el camino, pero la inoperancia de sus compañeros las hicieron totalmente fútiles. Se había empezado bien, pero la realidad golpeó demasiado pronto. Y ahora la moral ganada en Sevilla desaparece como un viejo sueño del pasado. La pesadilla de Balaídos no se resume ya al mal estado del viejo estadio. Es ya una obsesión que urge evitar cuanto antes.

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