La magia se quedó por el camino


Foto: Xoan Carlos Gil
Del Celta que arrancó en el mes de agosto deleitando con su fútbol de presión, con su intensidad y con la nitidez de su ideario futbolístico, poco queda. O al menos, ayer poco se vio. Quizás solo en la segunda parte, después de encajar, y con el Elche más conservador que presionante, los célticos recordaron a sus inicios. Claro que para entonces, ya era demasiado tarde. Los partidos se ganan en 90 minutos, y en los últimos 180 este Celta solo ha sido una sombra de lo que apuntaba.

El once: Regreso al equipo de gala
La derrota de Getafe enseñó a Luis Enrique que hay experimentos que mejor no repetir. Tomó nota, y ayer, en el partido que no se podía perder, sacó el once de gala céltico. Yoel, Oubiña, Rafinha y Costas eran las piezas que repetían del Coliseum Alfonso Pérez, y a ellos se sumaron los habituados a defender la titularidad. Fontás se apuntó al centro de la zaga, el capitán continuó en el pivote, y Álex López, Rafinha, Augusto y Nolito se repartieron metros en la zona de tres cuartos para dar balones a Charles, que ayer no tuvo su mejor día, lo mismo que sus compañeros.

La defensa: Confiados a la fortuna
La defensa del Celta necesita ganar en solidez y contundencia. Con unas u otras piezas, el resultado, es siempre el mismo. Una zaga demasiado blanda y permisiva que confía buena parte de su trabajo a la suerte, o, en su defecto, al fallo del rival. Y eso no es asumible. Ni los laterales, con clara vocación ofensiva, están al nivel que exige la categoría -aunque ayer no sufrieron en exceso- ni los centrales cumplen su cometido. Ayer Manu del Moral se encargó de sacar los colores en más de una ocasión al centro de la defensa, que por ejemplo en la última acción de la primera parte fue testigo privilegiado de cómo el atacante disparaba solo sobre la portería defendida por Yoel. David Costas, al que en cuestión de semanas se le ha echado encima la exigencia de la máxima Imprecisiones

Más propio de pretemporada
El Celta certero, preciso, de presión e intensidad máximas de los primeros partidos se ha ido esfumando al ritmo que marcaban las jornadas hasta desembocar en un equipo con imprecisiones más propias de pretemporada que de quién lleva más de un mes de competición. La limpieza en las entregas parece haberse quedado por el camino, y ayer el Elche disfrutó de demasiados regalos, algunos de ellos en zonas del terreno de juego demasiado sensibles. El conjunto ilicitano no las supo aprovechar en su mayoría, pero eso no hace que el problema desaparezca para los célticos.

El ataque: Tres jornadas sin marcar
El Celta se hace el remolón a la hora de avanzar metros. Expone un fútbol más horizontal que vertical y eso permite que el rival, si mantiene la colocación, pueda aguantar sin sufrir en exceso. Eso fue lo que sucedió en la primera parte de Balaídos. El Elche, sin hacer nada extraordinario, con orden y cierta presión, obligaba al Celta a recorrer kilómetros para poder avanzar. Los de Luis Enrique se mostraron timoratos, y solo cuando las jugadas llegaban a los últimos metros parecían tener claro qué había que hacer. Mientras tanto, se hacían los remolones. Mención al margen exigen los centros. Puede que el Celta gane la estadística de balones al área, pero cantidad no es calidad, y ayer tuvo que ser Krohn-Dehli el que pusiera el más claro del partido, más allá de la asistencia al malogrado gol de Mina. El Celta ofensivo y voraz de las primeras jornadas ha volado.

La evolución: De más a menos
El Celta necesita volver a los orígenes. Al fútbol de querer comerse el mundo, de vaciarse en cada jugada como si de una final se tratase, de presionar y ahogar al rival, de avanzar en bloque y defender en bloque. Al Celta de las ideas claras, el ofensivo, el de las buenas sensaciones. Porque todo eso es lo que se ha perdido por el camino en los últimos partidos. Desde San Mamés el equipo se ha descompuesto y ha perdido su brillo. El Celta necesita recuperar la magia.

Lorena García Calvo / La Voz de Galicia

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