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Foto: EFE |
El gastado césped
del Villamarín fue testigo, a una hora intempestiva, de un cúmulo
de hechos insólitos en el Celta reciente. Olió el equipo de Luis
Enrique la sangre de un Betis que todavía se lamenta de las
ocasiones falladas en una primera parte de vértigo y desconsuelo
continuo. Es imposible explicar, todavía un día después, el por
qué de la ausencia de goles en una primera mitad que se decantó
claramente del lado verdiblanco.
Sacaba el Lucho la
misma alineación que cautivó al celtismo en la primera jornada y,
ajustes defensivos a parte, el fútbol comienza a darle la razón.
Era esperable ese dominio de los de Mel en un primer tramo del
encuentro que suele ser de alta intensidad en la orilla verdiblanca
del Guadalquivir. Solamente un ángel caído del cielo más rubio que
el trigo, de nombre Yoel y de profesión portero de fútbol, pareció
entender que la resistencia era el camino para sacar algo positivo en
aquella madrugada. Si en la capital de España todavía se debaten
entre porteros y santos, en Vigo las dudas comienzan a despejarse
merced a tres paradas imposibles del guardameta vigués.
Pero las cosas en
esta vida, si ocurren, suele ser por algo. Un Celta sometido y
caótico se vio superado en medio campo ante la intensidad bética en
una primera parte tan infernal como una guerra sin cuartel. Disparos
y disparos con bayoneta y sin ella hicieron temblar las redes
celestes sin dejar apenas capacidad para la reacción. Las bandas,
desarboladas ante las embestidas de Cedrick y de un hiperactivo Juan
Carlos que desvistió todas las virtudes del neo-lateral Toni. Su
sufrimiento en defensa pone de nuevo a debate la reconversión
otorgada por Luis Enrique ya desde la pretemporada. Y es que en esta
ocasión, aunque puso buenos centros en ambas mitades, Toni se mostró
fallón también en sus internadas desperdiciando dos contras que ya
se adivinaban como goles cantados. El Betis, ante los fallos celestes
en ataque, se relamía ocasión tras ocasión con la esperanza de que
alguna terminaría por entrar. La medianoche quiso que no fuese así
y los lobos celtistas se reservaron lo mejor para después del tiempo
de refresco.
El Betis se
desfondó y con él su defensa, que ya había dejado dudas a la
espalda y con espacios en la primera mitad. Los depredadores
ofensivos vigueses, de nombre Charles y Nolito, olieron sangre y no
dudaron en hincar el diente. Con media ocasión el primero y de
brillante jugada el segundo, pusieron una ventaja impensable apenas
unos minutos antes. Pero lo cierto es que los papeles se invirtieron
en una segunda parte que ya se jugaba en lunes. El Celta dominó y el
Betis se desesperó. Las bandas hacían daño y las ocasiones se
sucedían mientras el equipo sevillano, incrédulo e indefenso,
notaba el cansancio del jolgorio europeo entre semana. Ver para
creer.
No acabaría ahí
este cuento fabuloso porque ya se sabe que el celtismo trae consigo
una innegociable dosis de sufrimiento. Rubén Castro recortaba
distancias en su reaparación tras la primera expulsión de Borja
Oubiña en su carrera profesional. Injusta e innecesaria como
revitalizadora para un Betis que todavía mandaría al palo un balón
en los segundos finales tras disparo certero de Chuli. Luis Enrique
había tomado medidas minutos antes, tras el segundo gol, por miedo a
que ocurriese lo de hace una semana. Hizo así debutar a David Costas
y reforzó la defensa para ayudar a un superado Toni.
Más tranquilo
aunque frustrado por la expulsión, el Celta no sufrió en exceso
como en otras ocasiones. Y lo cierto es que este equipo, a pesar de
sus errores defensivos y su evidente desequilibrio, contiene en sus
esencias un margen de mejora extensible. Primera noche de gloria
fuera de casa que no se hizo de rogar y que entierra viejos fantasmas
del pasado: goles y soluciones tácticas que hicieron sobrevivir a
este depredador que, si el fútbol lo permite, terminará por dar
muchas alegrías a su afición a golpe de certeros mordiscos.
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