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Foto: Marta Grande |
Llegaba el Celta a la nueva temporada bajo un calor que
todavía va en aumento como si el termómetro siguiese las pulsiones del “ilusómetro”
que marca la afición. Un Balaídos abarrotado en la primera jornada como casi
nunca se recuerda y un mosaico precioso que fue acompañado por el himno a
capella más espectacular que se recuerde desde las gradas. Hablar de pelos de
punta se quedaría corto para definir unos prolegómenos de la temporada más
prometedora en nuestra historia reciente.
Y el partido, sin embargo, comenzó tibio para los celestes
llevando la contraria al calor ambiental. Un Espanyol tan bien plantado como
suelen estarlo los equipos de un eterno perro viejo: Javier Aguirre. El
mexicano araña puntos como gato panza arriba sin necesidad de desplegar un juego
vistoso o espectacular, ya que sabe jugar bien sus cartas y así consiguió
desbaratar una historia que parecía demasiado bonita para ser verdad. Porque el
Celta tardó en hacerse con el partido, pero cuando lo hizo ya nunca lo soltó. No
se sucedían las ocasiones minuto a minuto, pero la sensación de peligro tanto a
la contra como en estático era constante.
Un Charles soberbio, estilete referencia como hacía lustros
que no veíamos en Vigo, se encargó de servir de espaldas a sus compañeros
mientras se fajaba con un Colotto claramente pasado de forma (y de peso). Un
Lubo Penev brasileño que hizo ayer del primer toque un arte tan vistoso como útil.
Solamente le faltaba rubricar su impresionante actuación con un gol que llegaría
nada más reanudarse el partido tras un descanso que arrancaba los aplausos del
respetable merced al golazo de un Álex López más eléctrico que nunca.
Servido por un Michael Krohn-Dehli al que el trivote le
sienta de maravilla, el ferrolano se giró como una exhalación y cruzó el balón
raso e inalcanzable para Kiko Casilla. Se hacía justicia al borde del
entretiempo y el Celta crecía en su juego a pasos agigantados. Muchos detalles
son los que permiten adivinar el ya notable sello de Luis Enrique: un Borja Oubiña
más comedido en calidad de líbero insertándose entre los centrales y sacando el
balón con naturalidad, dos interiores que crean una superioridad necesaria en
medio campo y dos bandas bien abiertas y presentes en el juego. Un 4-3-3 con
sus variantes pero que asegura buen juego, velocidad y contundencia. Porque si
algo parece haber cambiado es la agresividad en un Celta que no duda en cortar
el juego cuando es necesario y que rasca el tobillo como hacía tiempo no hacía.
La fama de equipo blando ha de desaparecer y ayer se dieron los primeros síntomas.
Pero como decía el mítico Joe E. Brown en el no menos mítico
final de Con faldas y a lo loco (Some
Like it Hot, Billy Wilder, 1959): “Nadie es perfecto”. Y el Celta está lejos de
serlo sobre todo defensivamente hablando. Huelga decir que Toni, recién
reconvertido a lateral izquierdo, todavía crea ciertas dudas tácticas y
defensivas a pesar de que cumplió sobradamente en ataque. La defensa parece
seguir siendo el talón de Aquiles de un equipo más agresivo pero igualmente
descompensado en la zaga. La intensidad de Cabral y la elegancia de Fontás
parecen no cuajar del todo al tirar el fuera de juego y de ahí que Aguirre,
cual conquistador milenario, se diese cuenta y moviese ficha como gran estratega:
Thievy, como hiciera Cedrick un día antes contra el todopoderoso Real Madrid,
irrumpió con su explosiva velocidad y se coló hasta en dos ocasiones entre los
defensas para terminar poniendo un empate que dejó las grandes sensaciones con
un agridulce sabor de boca.
Ha de primar, por el contrario, el positivismo. El Celta de
Lucho carbura bien y para colmo tiene un as en la manga que ayer solamente
comenzó a asomar la cabeza: un Rafinha que, emulando las noches europeas de su
padre, se vistió sin embargo de una mezcla de Mostovoi y Gustavo López
mostrando visión de juego, calidad y un slalom que si llega a terminar en gol haría
olvidar probablemente todos los defectos del equipo. Llegarán, seguro, los
momentos en los que la afición celebre sus goles y la calidad de un Nolito que
ayer estuvo algo sombrío. Hacen falta refuerzos, no cabe duda, pero el futuro
es esperanzador ya a corto plazo.
Al volver a casa, en mi coche comenzó a sonar “It makes no
difference” de los eternos The Band. La canción me decía que no hay apenas
diferencia al pasar los años y que las cosas siguen igual. Pensando en lo
vivido en Balaídos instantes antes, la diferencia era abismal. Nueva temporada,
un punto en el casillero, espectáculo futbolístico y mucha calidad en las botas
de nuestros jugadores. Este equipo va a crecer y es capaz, ya hoy por hoy, de
competir con cualquiera de nuestros rivales directos. El tiempo me dará o me
quitará la razón, pero todo me resulta diferente cuando echo la mirada al césped.
Hasta el viejo estadio luce más nuevo que nunca.
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