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EFE |
La Liga BBVA, mundialmente conocida como La Liga, todavía
llamada Liga de las Estrellas y otrora considerada como “La mejor liga del
mundo”, se está muriendo. Camina hacia la mediocridad empujada por una gestión
paupérrima, desastrosa, ofensiva contra el aficionado y contemplativa con todos
aquellos que buscan el interés particular a costa del fin último: el fútbol. Se
agarra al poderío de sus dos trasatlánticos, cada vez más poderosos en el
interior y menos invencibles en el exterior, para justificar un modelo tan
injusto como dañino para el espectáculo. Lo hace sin darse cuenta de su pérdida
paulatina de atractivo, de su continua decadencia y de la progresiva fuga de
talentos que se produce con cada vez mayor asiduidad a la llegada del verano.
Anteayer trascendía
la noticia, aventurada por muchos desde hace tiempo, de que Iago Aspas hará las
maletas con dirección Liverpool en los próximos días. En la ribera del Mersey,
el futbolista moañés, por el que el club inglés pagará alrededor de 9 millones
de euros al Celta, ingresará cerca de 1’5 millones por temporada.
Unas cifras, tanto
las salariales como las del traspaso en sí, a las que no ha podido acercarse el
Valencia, la entidad nacional que mayor interés mostró por el jugador del
Morrazo. Un equipo que no disputará Champions este año –como tampoco el
conjunto red, que ni siquiera jugará
la Europa League-, pero que en las últimas campañas se había consolidado como
el tercer club del panorama futbolístico español. No en vano, fue el último
capaz de romper la hegemonía de Real Madrid y Barcelona, la cual se mantiene
inalterable desde el año 2004. Su situación económica es tan delicada que no
sólo se ha visto obligado a renunciar a Aspas, sino que verano tras verano está
abocado a desprenderse de sus estrellas para cuadrar las cuentas. Albiol,
Villa, Silva, Joaquín, Mata o Jordi Alba ya tuvieron que abandonar Mestalla. El
siguiente, tarde o temprano, será Roberto Soldado. Casi todos con dirección
Madrid, Barcelona o el extranjero. Otras opciones son inviables.
Pero la pérdida de
jugadores franquicia no es algo que suceda única y exclusivamente a orillas del
Turia. El Atlético de Madrid, recién recuperada su condición de tercer equipo
de España, no disfrutará más de los goles de Radamel Falcao, quien abandona el
club colchonero para marcharse al recién ascendido Mónaco. Un poco más abajo en
la clasificación, encontramos a un Málaga que, tal y como hizo un año atrás con
Cazorla, deberá desprenderse de su gran estrella, Isco, seducido por el
proyecto del Manchester City. Conjunto al que también se marcha Jesús Navas, el
referente de un Sevilla en peligro de perder a su otro estilete, Álvaro
Negredo. No serán los únicos que harán las maletas. También Fernando Llorente,
hace no mucho estrella del Athletic Club de Bilbao y que este año firmará con
la Juventus, tal y como hizo el curso pasado Javi Martínez con el Bayern de
Munich.
Ejemplos más
modestos son los de Iago Aspas en el Celta o Martins en el Levante, quien ni
esperó al final de temporada para cambiarse de liga. Lo mismo puede pasar en el
Valladolid con Ebert, en el Espanyol con Verdú, en el Osasuna con Andrés
Fernández, en el Rayo Vallecano con Piti o en la exitosa Real Sociedad con
cualquiera de sus prometedoras figuras. La gran mayoría de los conjuntos que al
año próximo disputarán la Liga BBVA perderán muy posiblemente a sus jugadores
franquicia al no poder retenerlos, los cuales en muchos casos terminarán jugando
en campeonatos foráneos. Todo esto, mientras el Barcelona desembolsa cerca de
60 millones de euros para traer al mejor jugador del momento fuera de Europa y el
Real Madrid estudia la posibilidad de incorporar al futbolista más destacado de
la Premier League.
El resultado será
el de los últimos diez años: una competición bicefálica en la que sólo dos
escuadras pelearán por el título mientras las otras dieciocho se conformarán
con las migajas. Se nos venderá de nuevo como “la mejor liga del mundo”, pero
posiblemente en esta ocasión sean menos los ignorantes que se lo crean. Cada
vez resulta más evidente que la competición se muere devorada por sus dos gigantes,
capaces de fracasar un año y malgastar cifras astronómicas en el mercado para arreglarlo
al siguiente. Todos aquellos cracks que no son del agrado de blancos y
azulgranas huyen hacia el exterior en busca del dinero y la competitividad que aquí
no existe. Escapan de una Liga en la que dieciocho equipos se reparten entre sí
el 50% de los derechos televisivos mientras la otra mitad se sube al puente
aéreo, en la que unos están obligados a jugar un lunes a las 11 de la noche y
otros sólo lo hacen entresemana cuando interesa, en la que un equipo es capaz
de hacer 76 puntos en su mejor temporada en los últimos quince años y otro
consigue 85 dejándose llevar desde enero, en las que la salvación se logra con
37 puntos y el campeonato con 100. Esa liga no es la escocesa, es la nuestra, y
se está muriendo.
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