Una decisión coherente


EFE

“Despertarse con Luis Enrique no es lo mismo que hacerlo con Abel Resino”. Este comentario, quizás no muy correcto temporalmente puesto que el anuncio de la marcha de uno y la llegada del otro se produjo en horario vespertino, refleja sin duda la importante inyección de ilusión que en la hinchada ha significado el cambio de entrenador. Todavía con la resaca de la agónica permanencia a cuestas, el guión que había tomado la semana multiplicaba el escepticismo de cara a la segunda temporada en la élite. El fin escondía los medios, el epílogo exitoso solapaba las dificultades y errores previos y las decisiones adquirían un cariz totalmente resultadista. Torrecilla renovaba, Abel continuaba y la esperpéntica puesta en escena de la campaña de abonados, esa que un día atrás prometía descuentos y ventajas que finalmente se quedaron en agua de borrajas, ponía la guinda al pastel de la salvación.
   
Por suerte, la coherencia se impuso a última hora. Coherencia en una idea, buscada desde un principio u obligada por las condiciones, que ha permitido al Celta ascender a Primera, mantenerse en la máxima categoría y sanear una economía que tiempo atrás puso en riesgo la supervivencia de la entidad. Todo a partir de A Madroa, fuente de talento olvidada en épocas de bonanza y tabla de salvación de un club que caminaba a la deriva, y que a la vez ha servido para reenganchar a una afición que no supo descender de los cielos para chocar con la realidad del fútbol y que ahora por fin apoya sin condiciones a un equipo y una idiosincrasia con la que se siente totalmente identificada.
   
Luis Enrique es la continuación de todo esto, el salto de calidad necesario para asentarse en Primera y continuar creciendo. Cierto es que a Abel se le había encomendado una misión, salvar al equipo, y, aunque quizás más por demérito ajeno que por virtudes propias, había cumplido. No obstante, no encajaba en un futuro a medio plazo. Ha tenido sus aciertos, fe infinita y capacidad de autocrítica para modificar su errónea propuesta inicial, así como la confianza en Madinda, otrora defenestrado y ahora pieza consolidada en el primer equipo. Sin embargo, ni por fútbol ni por carisma, parecía ser lo que el club demandaba.
   
Luis Enrique, en cambio, sí da el perfil. Entrenador joven, con carácter y prestigio, amante del fútbol ofensivo y sin miedo para apostar por los jóvenes valores. Habrá que ver cómo se adapta, si repite su fantástica experiencia en el Barça B o decepciona como en su etapa en la Roma. A primera vista, ilusiona. Guardiolista confeso, llega con la filosofía culé que en su día implantó Eusebio, pero aportando ese gen competitivo y ganador que le faltaba al de La Seca. Si es capaz de armar un equipo con el que desarrollar su idea, basado en A Madroa y completado con ciertos retoques de nivel, Balaídos puede divertirse mucho este año. La Real Sociedad es el espejo en que mirarse: permanencia sufrida, año de transición y a soñar con Zubieta por bandera. Habrá que tener paciencia. Los ingredientes son buenos, pero lo importante es cocinar un buen caldo.

En resumen, el club ha sido coherente con el proyecto. Como siempre, se pueden discutir las formas, que no por repetidas dejan de ser lamentables, pero no el fondo. Se ha sido fiel a la idea que nació con Eusebio, que continuó con Herrera y que, por necesidades del momento, se tuvo que abandonar en los últimos meses. Abel ha evitado el naufragio, pero no era el capitán idóneo para dirigir este barco. Ahora es el turno de Luis Enrique, a quien le toca demostrar si esa decisión plena de coherencia es la llave de un futuro exitoso. Sólo el tiempo lo dirá.

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