La gestión de Miguel Torrecilla en los cuatro años que ha ejercido la responsabilidad de dirigir la política de fichajes del Celta ha estado rodeada de luces y sombras pero coincide, en general, con un periodo de cierta bonanza del conjunto vigués al que ha contribuido de modo decisivo la reformulación del proyecto deportivo hacia la cantera, la solvente gestión económica del club y el feliz desenlace del proceso concursal.
Con algún que otro pequeño lunar en sus dos primeros años, la labor del secretario técnico salmantino ha sido existosa en Segunda División, donde ha mostrado un buen conocimiento del mercado y una interesante capacidad para obtener buenos fichajes con escasos recursos financieros. De esta primera etapa destacan refuerzos que ofrecieron luego muy buenas prestaciones al equipo en la categoría de plata, como Cristian Bustos, Aritz López Garai o David Catalá.
En su segundo año, con Paco Herrera al frente del banquillo, el Celta reforzó la estructura de cantera consolidada la campaña anterior con Eusebio Sacristán y mudó la política de fichajes, incorporando menos refuerzos pero de mayor calidad. Llegaron este año gente clave del equipo que al año siguiente conseguiría el ascenso, como Quique de Lucas, David Rodríguez o Joan Tomás. Al año siguiente, con idéntica política de primar la calidad sobre la cantidad, se incorporaron hombres clave en el ascenso como Mario Bermejo, Oier Sanjurjo o Fabián Orellana.
Esta temporada, con el salto a la máxima categoría, la gestión de Torrecilla ha sido bastante más problemática. El director deportivo salmantino ha alternado enormes fiascos (Park es el más evidente pero tampoco han funcionado gente como Pranjic o Demidov), jugadores que no han mejorado lo que había en nómina (Cabral, Samuel y, en menor medida, Orellana) y futbolistas que han ofrecido buenas prestaciones en la categoría, significativamente Javi Varas, Augusto Fernández y Michael Krohn-Dehli.
Faro de Vigo
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