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El fútbol es en muchas ocasiones caprichoso, y el destino traza curiosos quiebros que varían por completo la percepción de la misma realidad. Algo así debió pensar el pasado domingo Gustavo Cabral cuando su cabezazo salvador besaba las mallas pucelanas. El argentino, que arrancó como titular, terminó languideciendo en el banquillo o en la grada, con la total desaprobación de la hinchada céltica, decepcionada con quién parecía ser el nuevo amo de la zaga celeste.
No ha sido así. Su temporada ha sido decepcionante, siempre bajando el nivel con respecto al partido anterior. Se convirtió en el protagonista desdichado del miedo de Herrera en Vallecas, cuando lo sacó de su posición y lo llevó al mediocentro. Cabral saltó al campo cual elefante a una cacharrería. Fue expulsado por doble amarilla antes del descanso, pero sus problemas solo acababan de comenzar. De repente, la aparente seguridad se transformó en nerviosismo. Los aciertos en errores, y los elogios, que al principio existieron, tornaron en críticas.
Ya no era el nuevo referente de la zaga. Con el paso de los partidos a la afición ya le valía cualquier cosa menos Cabral. Para su desgracia, no solo la afición opinaba lo mismo. Llegó Demidov y le adelantó por la derecha, luego falló el noruego y apareció Vila. Hasta el partido de Valladolid. Abel, que por motivos extradeportivos prefiere dejar a un lado a Demidov, apostó por Cabral ante la ausencia de Vila por sanción. Cabral cumplió, jugó un buen partido ante un rival que tampoco achuchó demasiado, pero sobre todo encontró el camino del gol. No es lo que se le pide, pero se le agradece.
Los héroes no siempre aparecen en los créditos iniciales. Cabral surgió cuando menos se esperaba. Cierto que su gol no da la permanencia, aún queda mucho trabajo por delante, pero lo que garantiza es la ilusión entre el celtismo durante esta semana. ¿Quién iba a pensar que esa ilusión la otorgaría Cabral?. Tal vez nadie.
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