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RICARDO GROBAS |
De Jesuli se decía que nunca marcó un gol feo. Otro tanto puede decirse de Borja Oubiña. Tampoco el capitán del Celta ha anotado un tanto desprovisto de belleza. Pero a diferencia del fino media punta sevillano, Oubiña no es un especialista del área, nunca fue bendecido con el don del gol. Su arte aflora lejos de portería rival, en mitad del terreno, donde se libra otra batalla, más oscura, pero también decisiva. El vigués es un maestro del orden: cubre el campo, barre el peligro, ordena la defensa, da salida a la pelota y sentido a la transición. Es el tipo que sujeta al equipo, el que lo mantiene en pie y evita que se descomponga. El gol es cosa de otros.
Por esto, y porque, como Jesuli nunca anotó un gol que no fuera hermoso, los tantos de Oubiña tienen un sabor especial. En ocho años de carrera, el capitán céltico ha rubricado cuatro, el último el sábado al Barcelona remachando en plancha un servicio de Orellana con un impecable cabezazo que dejó a Pinto pasmado. Una pequeña obra de arte que dio al Celta un punto de esperanza y rindió Balaídos a sus pies. El colofón perfecto a un partido grandioso contra lo más finos especialistas del balón. Un cabezazo infinito de Oubiña, se ha dicho ya.
Hacía más de seis años que el capitán celeste no anotaba. Su anterior tanto, en febrero de 2007 al Nástic de Tarragona, fue en cambio lo único rescatable de un partido nefando. La confirmación de que el descenso acechaba a la vuelta de la esquina.
El Nástic era colista y se presentaba en Vigo prácticamente desahuciado frente a un Celta que poco antes había superado la fase de grupos en la Copa de la UEFA pero que transitaba por las catacumbas a la Liga. La cabeza de Fernando Vázquez estaba en el alambre y se daba por hecho que sería despedido si el Celta no ganaba aquel partido.
Oubiña puso su parte anotando un gol magnífico, también de cabeza, tras un gran centro de Gustavo López. El capitán céltico vio hueco, se coló entre los centrales y atacó la pelota con decisión en el punto de penalti, cruzándola con un perfecto testarazo. Una obra de arte muy por encima de un pésimo partido de los celestes. Javier Portillo, a 13 minutos del final, marcaba el empate y desencadenaba la primera gran crisis de aquella temporada. Vázquez, sin embargo, salvó in extremis la cabeza -fue destituido un par de meses después- tras una maratoniana reunión del consejo de administración del Celta en Plaza de España de madrugada. Aquel último gol de Oubiña dio al Celta un punto pero confirmó la crisis de identidad de un equipo que algunos meses después acabó dando con sus huesos en Segunda División.
Probablemente, el gol más hermoso de Oubiña con el Celta se produjo en la campaña anterior, de excelente recuerdo, en la que el equipo vigués regresó, también con Vázquez al frente de la nave, a Europa al año siguiente de ascender a Primera. Se lo marcó el capitán al Sevilla y aún lo recuerda años después. "Fue una jugada rápida. De repente me veo dentro del área e intento definir como puedo. Son de estas acciones que salen. Me voy hacia delante y, de pronto, veo entrar la pelota", recordaba Oubiña en noviembre pasado, antes de recibir al Sevilla en Balaídos. El capitán lo recuerda con modestia, pero aquel fue un gol majestuoso. La jugada La jugada arrancó de un saque de banda botado por Placente a ocho metros del balcón del área. Oubiña controla la pelota con el pecho y se lanza en picado hacia el portal sevillista, deja atrás a su marcador y se deshace con un espectacular regate en carrera del defensa que le sale al paso. Ya en el área, encara a Palop, espera a que se venza al palo largo y lo bate por el corto. Un golazo.
Menos vistoso, pero también inapelable, fue el tanto con el que el capitán se estrenó como goleador con la zamarra celeste. Se produjo en el Heliodoro Rodríguez López, ante el Tenerife, en el curso 2004-05, el del penúltimo ascenso a Primera División. El capitán aparece de la nada desde la segunda línea, gana la pelota y bate al portero con un certezo disparo cruzado.
Julio Bernardo / Faro de Vigo
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