Por debajo del nivel de la permanencia, cuesta respirar. El aire se licua y casi cualquier intento por salir parece agraver el hundimiento. Cuesta moverse, cuesta siquiera creer, cuesta incluso intentarlo. El celtismo quería hacer pie en la orilla de Riazor. Al equipo lo engulló el tsunami. A los 1.000 celstistas presentes en el recinto herculino les mantuvo a flote el orgullo. No por sus jugadores por desgracia, sino por su propia entrega. Por ser esa figura que, tragando sangre, mantiene la dignidad cuando todo se hunde.
Riazor se llenó para otro derbi gallego. El mensaje de última oportunidad, unido al menos generoso de buscar como compañero de viaje hacia el fondo al enemigo íntimo, caló en el deportivismo. Pero en su habitual esquina, los celtistas aguantaron estoicos ya no la inferioridad numérica, sino la inferioridad futbolística de los suyos. A ellos no les pudo el ambiente. Lástima que a Iago Aspas, una vez más, sí. Su expulsión amenaza con quedar como gélida imagen del temible descenso. Y con el equipo, el celtismo teme, mientras anima, quedarse fuera del país de las maravillas.
La caravana celeste era, en esta ocasión, corta pero animosa. Seis de los siete autobuses compartieron desplazamiento por la autopista y tres horas antes esperaban en un área de descanso de la autopista AP-9 a que la Policía dispusiese su entrada en A Coruña.
Tal situación se produjo dos horas antes del inicio del partido. Su llegada fue veloz y sin incidentes que afectasen a los seguidores célticos, aunque sí hubo ligeros enfrentamientos entre las fuerzas del orden y aficionados deportivistas a medio centenar de metros de los autobuses. Hubo vengalas y algún herido de escasa consideración, pero sin más. A sensata distancia, un puñado de jugadores del filial celeste, encabezados por Antón de Vicente, añoraban ya el futuro que podría venir viviendo el ambiente de un derbi en la élite. Con otro final, obviamente.
También se registró tensión a la llegada del autobús del equipo celeste. Sin que hubiese consecuencias graves, las decenas de aficionados deportivistas que acudieron a recibir al vehículo mezclaron sus numerosos cánticos e insultos con alguna que otra botella voladora. Ese ruido de cristales presagió como acabaría el equipo: hecho añicos. El celtismo seguirá intentando pegarlos. Estoicamente.
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