José Ignacio, que estás en San Siro


XOAN CARLOS GIL
El Celta había llegado a un punto en el que solo equivocándose podía acertar. Por derechas, con intención, había perdido encuentros, desperdiciado el mercado invernal y destituido al bienamado Herrera. Queriendo ser formal ante el Granada se había convertido en una caricatura de equipo. Quedaba actuar por izquierdas, a contrapelo, desde la heterodoxia. Si Bermejo hubiera rematado como pretendía, el balón habría alcanzado la misma órbita geoestacionaria que con De Lucas. Pero el cántabro remató como no quería, con su zurda clavada en el suelo, con la de apoyo, contra manuales y doctrinas. José Ignacio habrá llorado de nostalgia.

Fue el riojano el que inauguró el error como arte. En aquella noche de San Siro, contra el Milan de cuando Kaká era Kaká. Queda para la memoria el señuelo de su disparo al aire y la magia de su control involuntario. José Ignacio es el paradigma del fútbol contra pronóstico. Nadie le hubiera aventurado a sus enclenques piernas una carrera profesional tan larga. Diez años después de aquel instante José Ignacio marca el camino.

Así que por equivocación concluyó en fiesta una sobremesa de tristeza y llovizna, que se antojaba propicia al funeral. Acudieron las gaviotas a despedir a Herrera, con el chillido lastimero con el que han dicho adiós a tantos que lo precedieron. A veces fueron las únicas íntimas en lamentarlo. Ayer estaban acompañadas en el sentimiento. "Gracias Paco", rezaban varias pancartas en las gradas. El discurso más elocuente. La gloria a él debida, en el gracias; el cariño por la forma de ser, en el Paco. Sin cebarse ni convertirlo en un arma arrojadiza. Con la extrañeza de ese primer día sin el ser querido, aún haciéndose a no volver a verlo. Con la angustia dulce de Rosalía de Castro, a la que una banda homenajeó en el descanso. Es por el 150 aniversario de la publicación de "Cantares Gallegos". Las gaitas se perdieron en el viento, también ellas como el llanto de un niño que añora el útero que lo cobijaba.

Incluso a Iago Aspas, que es de natural enfático, se le notó mustio en la celebración de su gol, como si la risa faltase al decoro. "Paco ha sido un padre para mí", diría después. Y hay quien lo considera culpable de parricidio porque todo relato ha de explicarse al parecer con buenos y malos. El tiempo, sin embargo, los reconcilia a ambos. La historia los registrará unidos. Iago Aspas, muerto el padre, finiquitado laboralmente quiere decirse, ha de hacerse hombre o fracasar en el intento, como marca la biología. También él será un día un Paco Herrera queriendo comprender a un Iago Aspas. El eterno ciclo de la vida.

Hubo discrepancias, o sea, pero no cainismo entre ellos. De Caín tachan a Abel en las corralas de la corte, esas tertulias desinformadas que entendieron el rechazo a Salva Ballesta como agravio patriótico. El asunto se coló en el hilo ambiental. "Prensa española, manipuladora", cantaron brevemente desde Río. Los Celtarras, promocionados como influyentes por esos de Madrid que los critican, enarbolaron una proclama: "O celtismo é soberano".

Lo más fue centrarse en el encuentro. Emocionarse con el arranque, estallar con el 1-0, enmudecer con el 1-1 y temblar, a viva voz o en silencio, alternativamente, hasta el pitido final. Hubo un "oh" de disgusto cuando De Lucas perdonó el average y un "uf" de alivio cuando el Granada marró sus ocasiones. También un "tonto" a Aranda por reclamar penalti y a Buonanotte por estropear un saque de banda. La cosa estaba hecha. Sufrió el celtismo. Solo sufren los que están vivos.

Armando Álvarez / Faro de Vigo

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